El paisaje en el que vivimos, sobre todo en la infancia y adolescencia, nos impregna?o lo impregnamos nosotros a él y lo configuramos a nuestra imagen y semejanza. O ambas cosas a la vez, que todo podría ser. Digo esto porque hace unos días tuve una vez más la fortuna de contemplar una puesta de sol desde la ermita de mi pueblo. Malva (Zamora), que así se llama donde me nació mi madre, es un pueblito de la Tierra del Pan, sobrado de ruinas y falto de habitantes, como tantos otros de nuestra geografía mesetaria. En esta comarca de pan llevar todos los pueblos parecen iguales, pero hay en cada uno sutiles diferencias en el paisaje, mínimas si se quiere, que les dan una personalidad peculiar.
La ermita está en lo alto de un altozano que, en este paisaje más bien plano, domina una vasta extensión. Se tarda poco más de un cuarto de hora en subir desde la Plaza del Ayuntamiento ?la Plaza, sin más-, pero es suficiente para crear una distancia crítica que favorezca el ejercicio de la contemplación, sin dejar de tener los pies en el suelo. De manera casi inconsciente, en el ejercicio de la subida, el pueblo va quedando atrás con su polvo que luego será barro, sus miserias, su trabajo esforzado y su colección de olores, no todos agradables, pues la industria agropecuaria tiene sus servidumbres olfativas.
Hace unos cuantos años, el cerro de la ermita cambió de nombre ?antes era "el castillo", vaya Vd. a saber por qué, pues nunca hubo, que se sepa, castillo ni torre- y mis paisanos lo rebautizaron como "El Locutorio". Empezaba la fiebre de los teléfonos móviles y, como el conjunto del pueblo está en una pequeña hondonada, las ondas telefónicas pasaban por encima de sus tejados, asegurando el aislamiento; hasta que alguien descubrió que, en lo alto, en la ermita, había una cobertura aceptable.
Se encontró a la primera un nombre que designó una función que el alto de la ermita siempre había cumplido: la de ser caja de resonancia. El horizonte amplio, amplísimo, casi inmisericorde en su lejanía, el silencio rural, la seguridad que proporciona tener la espalda bien apoyada en el fuerte muro de la ermita de la Virgen del Tobar, favorecen la actitud de escucha y de contemplación: escuchar la propia conciencia, escuchar los llamados de la historia y de los tiempos, tan aceleradamente cambiantes y, los creyentes, que eso en mi pueblo casi se da por supuesto, escuchar la voz de Lo Alto, escuchar a Dios y a la Virgen del Tobar, que es su Mediadora. Y también escuchar, en confidencia, la voz sincera de los amigos, animándonos a emprender caminos nuevos o intentando frenar nuestras locuras adolescentes, trayendo a colación la sabiduría de los mayores, impregnada de sentido común.
Allá arriba se han fraguado amores, han nacido empresas, se han soñado hijos, se han tomado decisiones de por vida, intentando hallar el respaldo siempre presente, pero a veces mudo de la Virgen del Tobar (o Tobal). En todo caso, las conciencias se han impregnado de confianza y de esperanza de futuro. Tengo para mí que ese paisaje de mi pueblo juega más a favor del futuro, de la esperanza, del atrevimiento, de la decisión pues el horizonte, sobre todo en la puesta del Sol, es tan inmenso que ejerce, como el vacío, una atracción fortísima para caminar hacia él, con algo de vértigo por lo desconocido, pero en el fondo sin miedo, porque la conciencia se siente bien apoyada por la tradición, por la tierra, que no se pierde de vista, por la comunidad familiar y local, por los compañeros de juegos infantiles y amistades adolescentes y, sobre todo, con la seguridad de tener debajo una red de confianza que cuelga de lo Alto, que siempre deja caminos de salida para la esperanza y que, desde arriba y desde todas partes, me acoge y me tiene en cuenta como un ser humano único e irrepetible.
Había pensado cabrearme contra los que amenazan con llevarnos a terceras Elecciones Generales, pero después de dicho lo anterior, lo dejo para peor ocasión.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.