
El verano me permite ver a los niños y adolescentes fuera del contexto escolar, lejos de los pasillos y las aulas. Es tiempo de vacaciones y ahora los padres no vienen al instituto a preguntar por las notas o el comportamiento de sus hijos ni yo tengo que llamarlos si hemos confiscado un móvil o se ha dado una situación problemática. En vacaciones soy un mero observador y veo a las familias en las calles, de turistas, en los pueblos que visito, en los restaurantes. Y veo a los chicos en sus grupos y pandillas. En esos momentos tan importantes para su formación como personas en que, como dicen ellos, no hacen nada, pasan las horas muertas junto a sus compañeros aprendiendo a mirar dentro de sí mismos, esa mirada interior de que hablaba Nicholas Humphrey. También los veo por la tele, o en las imágenes de Sierra Leona o Colombia que comparte con sus amigos mi amigo Alberto desde sus misiones salesianas. Aunque estos tienen bastantes diferencias con los que veo por aquí.
Siempre me han fascinado los niños, los jóvenes, los adolescentes. Porque poseen una característica que desaparece de pronto y así desaparecen ellos, caen en un agujero negro, se van al limbo, no sé si al de los justos que decía el catecismo, nunca mejor dicho. Uno no deja nunca de ser hombre o mujer o negro o blanco, quiero decir, y no puedes ser lo que no eres. Pero los niños un día dejan de serlo. Y somos nosotros mismos. Así cuando se habla de la protección a la infancia se habla de protegernos a nosotros mismos, cuando se indica que empiezan a fumar o a beber cada vez a edades más tempranas, por ejemplo, es de todos nosotros de quienes habla, no de ellos.
Lo que veo en verano no me ilusiona, la verdad. ¿Protección a la infancia? Unos padres que enchufan a sus hijos a la pantalla de una tablet (antes era a la tele) o que, para que no molesten mucho, les descargan en el móvil un cazador de monigotes que les impide ver los lugares por los que pasan, se quejan airados de que en los centros se aborde la educación para una ciudadanía que el día que se cumplen los 18 años, como de golpe, se tiene que ejercer en su totalidad. Unos famosos de medio pelo que ven decaer su estrella gestan o gestionan un embarazo salvador que les garantiza la presencia en los platós más casposos para los próximos quince años, separaciones mediante, mientras su hijo crece. Otros padres se sienten tan dueños del futuro de su hijo que eligen un nombre estrafalario que acompañará al ahora pequeño y un día adulto para siempre, para bien y para mal, por decisión de ellos. Por no hablar de los padres que ya han decidido sobre la historia pasada, presente y futura de su pueblo y ponen en manos de sus hijos banderas y pancartas con mensaje para asistir a una manifestación. Las revistas de moda se llenan de fotografías de hermosas modelos en las que la piel tatuada, se considera un reclamo atractivo, envidiable, que los jóvenes pronto imitarán. Hacerse un tatuaje era una muestra de rebeldía contra el sistema, una manera de ser único, alardeaban los protagonistas cuando empezó el boom de los 90 pero ahora los chicos caen como borregos y eligen su seña de identidad personal y única en las fotografías que le muestra el tatuador en un álbum manoseado.
También se abusaba (abusábamos) de los niños y jóvenes antes, claro está, como nos mostraban los niños mendigo cegados en Slumdog millionaire, pero ahora la ubicua televisión, la incontrolable red de redes se cuela en cada casa, se infiltra en cada corazón consumista de los menores que un día dejarán de serlo, cada vez más globalizados, cada vez más fuera alcance de sus padres, imbuidos por lo que unos programadores japoneses incluyan en su nueva versión de GTA o por la cuenta de resultados de una multinacional americana.
Hace tiempo (pido perdón por la autocita) escribí un cuento que empezaba más o menos así: "Cuando era pequeña mi padre me llevaba siempre en hombros y me iba mostrando el mundo". Era más joven y más ingenuo.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.