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Identidades
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Identidades

Actualizado 20/08/2016
Fructuoso Mangas

Me da la impresión de que con esto me meto en un jardín nada fácil, porque necesitaría más espacio para una reflexión bien fundamentada y porque será fuente de desacuerdo para no pocos. Sin embargo, estando las cosas como están, me parece interesante y hasta urgente, aun con el riesgo de resultar confuso para todos y algo pesado para muchos.

Hablo de la necesidad de recibir o darse una identidad, un perfil reconocible que señale quién eres y en qué terreno estás. Y esto en todos los niveles. Por eso las fuentes de identificación son muy variadas, desde una determinada bandera hasta un equipo de fútbol pasando por un alzacuellos o una camiseta independentista, sin olvidar el tipo de música que escuchas o dónde la bailas o los deportivos que calzas. Pegatinas, frases impresas en sudaderas, medallas, adhesivos en el coche, tipos de tatuaje, modos de vestir, detalles uniformes y distintivos, registros concretos de lenguaje, criterios estéticos casi militantes, canciones y modos de culto, gestos públicos que delimitan campos y establecen fronteras de ideas, de religión o de comportamiento social o político o regional, gestos de mano en alto o de puño cerrado, registros de lenguaje, distintivos de clase, logos y contraseñas sociales que sirven para diferenciar e identificar, etc, etc? son elementos que dan identidad en una sociedad inhóspita en la que cualquiera a poco que se despiste se encuentra solo y se ve forastero a poco que se descuide. Arropado por esos rasgos de identidad grupal se sentirá, confortablemente, "como en su propia casa". Y se arropará en banderas, idiomas y lenguas, pretensiones étnicas, gestos religiosos determinados, brexits y salidas para señalarse, arrogancias y sobreactuaciones, etc, etc,?

Por esto y por más razones es tan difícil esa vieja (porque viene desde el evangelio) propuesta del Papa Francisco de una Iglesia en/de campaña, fuera de refugios confortables, encarnada fuera de las murallas, a pie y ligera de equipaje, echada a la calle de la vida en medio de la gente. ¡Ahí no hay quién resista!, parecemos decir los cristianos todos, obispos, curas, religiosos y laicos. Y prudentemente nos quedamos en casa con algunos arreglos de interior y unos toques en la fachada. Pero en casa, rodeados de nuestras viejas identidades? hasta ver si la avalancha cede o pasa. Queda lejos, a dos mil años de distancia, lo de Pablo a sus queridos y difíciles fieles de Corinto: Me he hecho todo para todos. Así le fue?

La libertad actual tan bienvenida en todos los campos, políticos, religiosos, sociales., etc?, hace que los menos dotados, por decirlo así, necesiten un plus de identidad que deben recibir desde otras instancias porque por sí y por lo que son no la pueden alcanzar. En muchos casos, recursos como las identidades colectivas, explícitas, obligadas y contundentes, cumplen ese cometido y salvan al individuo de un naufragio previsible y anunciado en una sociedad sin trabas o en una Iglesia más abierta y libre en medio de la gente. Pero este "ambiente de familia" que reconforta y protege ("calor de establo", lo llamaba injustamente Nietzsche desde su prejuicio) puede acabar siendo peligroso y cercenar el progreso y el futuro. Puede impedir la fidelidad y la misión, hablando sobre todo de la Iglesia o de otros grupos sociales y culturales parecidos en su misión y en su alcance.

De ese peligro habla Jean-Claude Kaufmann en su interesante ensayo Identidades. Una bomba de relojería (edit. Ariel). Nadie tiene que torturar su mente buscando razones para elegir bien, basta con saberse parte del pueblo elegido, del grupo auténtico, del resto fiel, de la opción que tiene en sus manos el futuro y/o la fidelidad al pasado y/o la coherencia entre ambos. Y esto acecha en cualquier país siempre en formación, en una autonomía que se mueva, en cualquier diócesis que se remueve, en un clan familiar que se recrea una y otra vez, en toda cultura que se precie. Y la calle está llena de signos, a veces sólo son guiños, de ese empeño de sobresalir con alguna identidad, o superidentidad por exceso de actuación, puesta en alto y expuesta a la vista. Tentador, a veces inevitable y en ocasiones peligroso.

No opongas resistencia, alístate, relájate y disfruta de un ambiente cálido, parecen decir una voz interior y varis voces que llegan de los aledaños próximos. O padece, porque ser víctima también es un gozo cuando la recompensa es una buena conciencia libre de dudas y perfectamente identificada. Lo importante es tener claro quiénes son los enemigos, porque ellos delimitan la identidad. Los riesgos cubiertos y los peligros abortados dibujan rigurosamente los rasgos más elementales del perfil identitario y una vez dibujados parecen quedar controlados y eliminados. Estos dos párrafos sólo describen la tentación no la defienden; lo aclaro por si acaso.

La fuerza de esta tentación la muestra el uso, cada vez más frecuente, que se hace hoy de las identidades y de sus signos especialmente en los campos extremos, tanto del integrismo de cualquier contenido hasta el supuesto progresismo de cualquier procedencia. Ejercicio práctico: con lápiz y papel vaya anotando en un folio (¡no le va a bastar!) los ejemplos de exceso de calculada identidad que aparecen en la televisión que usted vea a lo largo de una semana. O lo haga en la calle o entre sus amigos, conocidos y gente que trata. Quedará asombrado. Al final todo parece una feria de las vanidades, perdón, quería decir de las identidades, claro. Ah, y no deje de mirarse también a sí mismo y a sus identidades. Y tome nota.

Bueno, creo que se cumplirán mis temores del principio, porque es lógico el desacuerdo en muchos puntos y matices. Por mi parte creo que sé dónde me duele y en qué punto me aprieta el zapato y espero que alguno de los lectores, si llegan hasta aquí, se haga también preguntas y busque la respuesta.

NOTA post scriptum

Rumor

Se dice por la vecindad de Monterrey que se va a abrir un nuevo establecimiento y que se va a quitar el esplendor de la yerba que brilla en la plazuela. ¿Más mesas y menos hierba? ¡Oh diosas del Buen Gusto y dioses del Sentido Común, que no lo vean mis ojos!

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