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Aros olímpicos
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Aros olímpicos

Actualizado 12/08/2016
Juan Robles

La celebración de los primeros juegos olímpicos tuvo lugar en el año 776 a.C, en Olimpia, en la península mediterránea del Peloponeso. Se celebraban en honor al dios Zeus cada cuatro años, en verano. La idea partió de un hombre llamado Oxilos, aunque empezaron a celebrarse por iniciativa del rey Ifitos de Élida.

En ellos competían atletas de todas partes de Grecia y, si en ese momento había guerra, se imponía una tregua entre los contendientes para que no interfirieran en la realización de los juegos. En la temporada de los juegos se mantenía una tregua sagrada en todo el país llamada Ekecheiri, dándosele al acontecimiento una connotación de paz y armonía, que no podía ser violada bajo ninguna circunstancia.

Todos los griegos que eran ciudadanos libres y que no habían cometido ningún crimen tenían el derecho de participar en los Juegos Olímpicos. El único premio a la victoria era la corona de ramas de olivo, llamada el "cotinus". Y la costumbre de la corona vegetal permaneció hasta 1960, año en que se introdujeron las medallas de oro, plata y bronce.

Cuando las polis griegas entraron en decadencia, los juegos olímpicos también empezaron a caer cuesta abajo. Roma se los llevaría al corazón del nuevo imperio en los años 80 a.C., seis décadas después de haber conquistado Olimpia. Las competiciones siguieron celebrándose, e incluso adquirieron un perfil más internacional, toda vez que tomaban parte en ellas atletas de todos los lugares del imperio romano. Sin embargo, perdieron su anterior sentido cultural para pasar a ser únicamente un torneo deportivo, aunque se mantuvieron los ritos religiosos, los bailes y las fiestas.

Casi veinte siglos después, el barón de Coubertin, proveniente de una familia de la aristocracia francesa, en un viaje realizado al estadio Olímpico de Grecia, tuvo la brillante idea de reiniciar los juegos que se realizaban en la antigua ciudad de Olimpia. Hacia 1894, el Barón puso en marcha el movimiento olímpico mundial, al convocar a catorce países y creándose el primer Comité Olímpico internacional (COI), con sede en la prestigiosa universidad parisina de la Sorbona. Dentro de ese contexto académico se adjudicaron los primeros juegos olímpicos de la era moderna a la ciudad de Atenas en reconocimiento histórico a los juegos de la antigüedad.

El fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna siempre estuvo interesado en la educación y creía que el deporte tenía el poder de beneficiar a la humanidad y alentar la paz entre las naciones del mundo. A los 31 años, anunció su deseo de revivir los Juegos Olímpicos, pero nadie creyó en él y no hubo mucho entusiasmo ni apoyo. Sin embargo, a pesar de las dificultades políticas y financieras, se logró la inauguración de los juegos por el rey Jorge I en el año 1896 en el monumental estadio olímpico de Grecia y ante 70.000 espectadores.

Los anillos olímpicos son el principal símbolo de los juegos olímpicos. Este símbolo está compuesto por cinco anillos entrelazados de colores azul, negro, rojo, amarillo y verde. La bandera olímpica está compuesta por el símbolo de los anillos olímpicos sobre fondo blanco.

Pierre de Coubertin ―en la Revue Olympique de agosto de 1913―, informó acerca del símbolo que utilizaría en 1914 el Congreso Olímpico de París. En este congreso, celebrado con motivo del vigésimo aniversario de la restauración de los juegos, el emblema fue adoptado como símbolo olímpico y convertido en la bandera oficial del Movimiento Olímpico, estrenándose en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920.

Los seis colores (con el fondo blanco de la bandera) así combinados, representan a todas las naciones sin excepción. El azul y el amarillo de Suecia; el azul y el blanco de Grecia, los tricolores de Francia, Inglaterra y Estados Unidos de América, Alemania, Bélgica, Italia, Hungría, el amarillo y el rojo de España junto a las nuevas banderas de Brasil y Australia, y a las del antiguo Japón y la joven China. He aquí un emblema verdaderamente internacional.

La ocasión de la celebración de los Juegos de Río 2016 deberían servirnos para actualizar el espíritu olímpico, que haga que los juegos contribuyan a recrear el espíritu de la paz y la unión entre todos los pueblos. Falta hace. Los juegos quedaron un poco ensombrecidos con el rechazo a Rusia para poder participar en ellos, debido a los abusos cometidos en diversos momentos anteriores con el uso del dopaje.

Ojalá que los anillos olímpicos nos sirvan para abrazarnos --pueblos, grupos, naciones y religiones-- en una hermosa y variada fraternidad de colores, que embellezcan nuestras relaciones mutuas en el respeto de la diversidad y de la unidad más efectiva. Si así fuera, estos primeros juegos olímpicos celebrados en el sur del continente americano, habrían conseguido el mayor éxito de todos los tiempos, poniendo a Río de Janeiro al frente de la paz, la libertad y la fraternidad que nos ofrecen los brazos abiertos del Corcobado.

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