Madrid'48... o más allá

En el supuesto y deseable caso de que los Juegos Olímpicos sobrevivan a los tejemanejes del Comité Olímpico Internacional, algún día volverán a celebrarse en España. Los de invierno por primera vez (Pirineos, Sierra Nevada...) y los de verano, en los que todos pensamos, en una segunda parte que ha de ser buena como magnífica fue la primera en Barcelona'92. Para celebrarlo, nos tomaremos algo más que una "relaxing cup of café con leche", pero en nuestra Plaza Mayor de Salamanca: ¿por qué no subsede futbolística de un futuro olímpico Madrid?

Esa fecha, por otro lado, parece bastante lejana. Tras las decepciones de las candidaturas para 2012 (Londres se impuso a Madrid y París) y 2016 (era inverosímil que repitiera Europa), la derrota de la propuesta para 2020 y la coyuntura actual han dado lugar a un parón razonable en las ambiciones madrileñas. Tiempo habrá de retomarlas, y de volver a especular sobre las opciones de que los Juegos regresen a España. Saltando a la piscina del olimpismo-ficción, los de 2024 serán en París o Roma, menos probablemente en Budapest y no en Los Ángeles. Esas cuatro ciudades son las aspirantes que corren ahora hacia la meta de Lima, en septiembre de 2017, cuando se elija sede para suceder a Tokio. En 2028 seguramente Estados Unidos o Canadá tengan serias opciones, y en 2032, si la rotación continental se consolida, podrían animarse al fin a llevarlos a África o confiar en Australia tras la buena experiencia de Sydney. En 2036 regresarían a Europa, y tanto el perdedor del Roma-París como Berlín serían candidatos muy potentes. Estambul (si se normaliza la situación), Moscú o San Petersburgo (si Rusia se depura), Budapest o Estocolmo, junto a Madrid, podrían emprender nuevamente la carrera. Contando con que entre 2040 y 2044 habría otra oportunidad para Sudamérica (¿Buenos Aires?) si no sale demasiado mal Río de Janeiro aunque pille a Brasil en el peor momento, Asia presentaría un proyecto sólido y estarían disponibles los perdedores del ciclo anterior 2028-2032, parece poco probable que, hasta 2048, sean muchas las opciones de Madrid. Los constantes vaivenes de este mundo tan convulso pueden alterar la previsión, y también pesará mucho la capacidad del COI para regenerarse y adaptar los Juegos a la realidad internacional, moderar su tamaño y limitar unas exigencias que desembocan luego en instalaciones infrautilizadas y deudas impagables.

Dentro de treinta años, con un poco de suerte, los tramposos ya no se atreverán a intentar ganar una presea, y si osaran y fueran cazados, la justicia será más rápida en desalojarlos del podio y hacer hueco a quienes respetan la Carta Olímpica (ya muy enmendada). Dentro de sesenta años, la delgada línea que separa el deporte competitivo de la ética deportiva, el ocio del negocio, la fraternidad entre las naciones de la rivalidad en un campo de juego por no dirimirla en uno de batalla, quizá sea un poco más ancha, y eso lo agradezca este invento de Pierre de Coubertin, surgido en aquellos tiempos decimonónicos en que no existía la televisión. Dentro de noventa años, cuando ya sea el siglo XXII, que inaugure los Juegos una nieta de la princesa Leonor. Por ejemplo, en Sevilla. De momento, miremos a Río con la esperanza de superar las veintidós medallas de Barcelona.