Con cierta dificultad abrí la puerta del templo. Su enorme grosor, exigió a mi mano un esfuerzo que no esperaba; fue como si me avisara del respeto que requería el acceso a su interior.
Una vez dentro, mis pasos me llevaron de un lugar a otro. Paré ante las imágenes para observarlas de cerca. Todas manifestaban sufrimiento. Me llamó la atención un Cristo ensangrentado; imagen que presentaba al Salvador sumido en el más absoluto dolor.
Seguí durante más tiempo contemplando aquellas imágenes. Y, todas las dudas; los anhelos más dispares y los fracasos más estrepitosos, estaban condensados en sus rostros. Muchas de esas figuras reflejaban tal grado de aflicción que, la esperanza se convertía en temor, y la fe se transformaba en incertidumbre. ¿Qué pretendía sus autores al presentar las imágenes en esas condiciones? ¿Acaso no colisionan sus mensajes con lo que proclamó Cristo con su comprometido ejemplo?
Sentado en el último banco, analicé durante más tiempo los sentimientos que me provocaron aquellas imágenes. Sé que muchas personas necesitan acudir a ellas para rezar sus oraciones. Mi mayor respeto por tales acciones. Pero creo que la fe no debe apoyarse en las expresiones que, la mano de los artistas, derraman sobre sus obras religiosas.
La tensión de un rostro llevado al límite del dolor, no debe ser el detonante de nuestra fe. Quizá tengamos que reflexionar con calma para convencernos de que, el dolor que refleja una imagen policromada, no es el dolor de Jesús, sino el dolor del mundo; el dolor de cada uno de nosotros, manifestado por autores de todos los tiempos y lugares, que han vivido en primera persona las privaciones y sufrimientos de la vida. O puede ocurrir que, muchas de las tallas y cuadros que hoy contemplamos, se hayan hecho por encargo, para cosechar de los fieles determinados sentimientos.
La fe no debe apoyarse en el talento de los artistas. Quizá resulte conveniente consultar la Biblia y extraer de sus páginas las verdaderas enseñanzas de Jesús. Sus parábolas son un compendio de sabiduría orientada hacia la vida práctica.
Es un error, desde mi punto de vista, representar a Dios sumido en la derrota, y al mismo tiempo proclamar su mensaje de esperanza. Los colores apagados de esos viejos lienzos; sus claroscuros tenebrosos, contrastan con la claridad y el orden que rige en todo lo creado. El mensaje de Cristo es lo contrario de lo que nos han enseñado.
No, no hay que imaginar a Cristo al contemplar el sufrimiento en las imágenes. Lo tenemos tan cerca que no lo vemos. Quizá tenga la cara de nuestro vecino o compañero de trabajo, personas de las que nos apartamos con cualquier disculpa para eludir compromisos.
No necesitamos empujar esa pesada puerta para encontrar a Jesús en la penumbra del templo. Cristo fue un hombre de acción; su mensaje estuvo en todo momento orientado a mejorar la vida de las personas. Así se desprende del contenido de sus enseñanzas.
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