Alfredo Pérez Alencart nos da a conocer unas fotografías del poeta lusitano, y traduce para nuestros lectores un poema inspirado en esta próxima región portuguesa
Allí por donde primero transcurre el Duero por tierras portuguesas, ya llamado Douro, estuvo el fino poeta lusitano Paulo José Costa (Leiria, 1976). Dejó por unos días su ciudad del litoral donde vive y se adentró en lo que ellos llaman nordeste trasmontano y Douro internacional. Allí, hacia mediados del mes de junio, capturó estas fotos que hago conocer, así como el poema inédito que he traducido con gusto para nuestros lectores.
Paulo José Costa, tras esta experiencia y parafraseando a Pessoa, dice: "Todo estado del alma es un paisaje"
TERRA QUENTE
Assomamos à terra quente,
aí onde as pedras reflectem o sol como um espelho de ardil.
A vau um rio transpõe-se de súbito,
na esperança de um passo firme,
sabor e jugo em que a água ferve
na transparência das margens.
O labor das mãos traz o viço farto,
rasgo e fuga ao tempo acossado
nas rotas repetidas.
Aqui os insectos colhem o néctar das corolas
como nós acedemos ao interior dos instantes
em que somos ainda uma ilusão consentida.
E no render das utopias
saboreamos um outro amor na inflecção do desejo,
esse linguajar do medo que coabita
no obscuro reacendimento da sede.
Aplainamos segredos no espargir das vontades
e cinzelamos toda a dor no esgrimir da razão insegura.
Perscrutamos os sonhos no consentir da esperança
e ancoramos o silêncio no descingir das mágoas.
E pulverizamos todo o alento
no induzir da saudade,
enquanto aclaramos dos ensejos
o redimir das demandas.
Por fim, retocamos as incertezas
no urdir do clamor, enquanto o corpo é uma indagação longa,
que se revela firme no assentir das lembranças
em que aportamos no plano largo da solidão.
TIERRA CALIENTE
Nos asomamos a la tierra caliente,
ahí donde las piedras reflejan el sol como un engañoso espejo.
El vado de un río se cruza de pronto,
en la esperanza de un paso firme,
sabor y caldo que el agua hierve
en la transparencia de las orillas.
La labor de las manos trae gran abundancia,
rasgo y fuga al tiempo acosado
en las rutas repetidas.
Aquí los insectos cogen el néctar de las corolas
como nosotros entramos al interior de los instantes
donde todavía somos una ilusión consentida.
Y en el rendir de las utopías
saboreamos otro amor en la inflexión del deseo,
ese lenguaje del miedo que cohabita
en el oscuro reencendido de la sed.
Aplanamos secretos en el esparcir de las voluntades
y cincelamos todo el dolor en el esgrimir de la razón insegura.
Escudriñamos los sueños en el consentir de la esperanza
y anclamos el silencio en el desatar de las tristezas.
Y pulverizamos todo el aliento
en el inducir de la saudade,
mientras aclaramos de las ocasiones
la redención de las demandas.
Finalmente, maquillamos las incertidumbres
en el urdir del clamor, mientras el cuerpo es una larga indagación
que se revela firme en el asentir de los recuerdos
que aportamos en la vasta extensión de la soledad.
(Traducción de A. P. Alencart)
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