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Peregrinaje con reserva mental
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Peregrinaje con reserva mental

Actualizado 04/07/2016
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Malos momentos para asuntos tan sensibles. Qué se le va a hacer. Usted pretende ser prudente, pero tiene el corazón herido. Ha pasado en unas pocas horas de un tórrido verano al húmedo y sombrío invierno. Los días anteriores le han dejado un poso amargo, que el cielo gris aumenta como lupa abrumada por el vaho.

Se encuentra usted entre las estatuas de Lola Mora, que aparecen desde el agua como emblemas históricos. Acaba de abandonar la Plaza de 25 de mayo y la Catedral y el Palacio de los Leones le dan la espalda. Sigue adelante hacia el Pasaje Juramento y allá, a un lado, hay dos reporteros de televisión que le abordan sin miramiento y enturbian su emoción contenida.

Los dos muchachos le dicen que qué opina, que cómo lo ve. Pero usted no acierta ni a detenerse, porque sigue concentrado en sus lamentos, que se quedan en su interior, porque para qué. De modo que avanza hacia la columnata y continúa con circunspección ante tanta representación grandilocuente, que casi consigue despistar su recogimiento. Respeta la llama eterna que resplandece, admira la grandeza de tanto mármol y se fija, pero como de pasada, en el monumento nada menos que a la bandera.

La nave de piedra apunta hacia el inmenso río de mil orillas, delta abigarrado de caudal profundo. Pero a usted no le interesa tanto ni siquiera este cauce legendario, que surcan ahora cargueros perezosos. Le han dicho que hacia abajo, a la derecha, más allá del edificio al que llaman el Palacio Vasallo, se encuentra lo que busca. Y sí, ahí lo ve, entre la vegetación que hiberna, bajo una leve llovizna.

Ahora veo que se le olvidaba a uno decir que está hablando de fútbol. De fútbol en mayúsculas. No, no. Olvídese de Croacia y de Italia y del bueno de don Vicente del Bosque. Estamos en otro tema. Hemos llegado ante el bar de Messi. Sí, el Vip Rosario. Usted sabe incluso que su ídolo anda por aquí, ojeroso y dubitativo tras decir que lo deja. Que a la cuarta iba la vencida, y que perder de nuevo por penaltis ante la dura rival chilena, no muchas horas después de su vigésimo noveno cumpleaños, ya es como demasiado.

Usted siente como propia la derrota, por mucho que aprecie la valentía de los chilenos. Ve que se escapa una oportunidad histórica más de completar una carrera admirable. Y recuerda que, de nuevo, se escapó también el Mundial, aunque se les escurriera con estrépito a los mismísimos anfitriones, y eso compensara la angustia en alguna medida.

Con este sentimiento lúgubre usted entra con discreción en el recinto sagrado sin mirar a los ojos a los presentes porque no podría soportar condolencias. Aunque al mismo tiempo se da cuenta que la tristeza debe dar hambre, porque se anima a sentarse en la terraza, ahora que se ha abierto camino un rayo de sol, y pide unos carlitos porque le apetece ahogar sus penas con pan, jamón y queso, pero también con una lágrima. Lágrima de café.

Ya cuando se ha repuesto de su debilidad llenando el estómago, el amigo que le guía le comenta que tal vez una pequeña parte de ese bar sea de usted. Que lo mismo le toca una cuchara. De manera tan inoportuna le hace recordar que el dueño tiene pendiente a diez mil kilómetros un proceso por evasión fiscal, y que usted como ciudadano cumplidor, sin prejuzgar ni vulnerar presunciones, quizás sea titular de parte del dinero público con el que algunos irrespetuosos dicen que se pagó este respetable templo rosarino.

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