Fue a media tarde cuando llegué a la Casa Museo de José María Gabriel y Galán, en Frades de la Sierra (Salamanca). A poca distancia del pueblo, vigorosos campos poblados de ganado y encendidos colores, me dieron la bienvenida. El campo charro, mostró a mi cámara su cara más amable.
Pero en mi mente llevaba la casa del poeta; imaginaba un caserón nutrido de recuerdos, y efectos personales del maestro.
Andrés, con mucha amabilidad, me guió por la estancia. Mientras cubríamos los espacios, me comentaba múltiples detalles sobre la vida y obra del poeta.
Añejos objetos, envejecidos por el tiempo, mostraban los perfiles de otra época. En esta casa, junto a sus padres, vivió los años de su niñez. Quizá los más importantes de su vida porque, es en ese tiempo, cuando se forma la personalidad y se forjan los sueños. Aquí, posiblemente, nacieron sus primeros versos.
Terminado el reportaje regresé a Salamanca. Pero, pocos días después, me desplacé a Guijo de Granadilla (Cáceres). Allí pude contemplar el lugar donde el poeta echó raíces y formó una familia. Los campos de Extremadura alimentaron la inspiración de nuestro autor más reconocido. Su obra fraguó en estas tierras, tan queridas para Él, como las salmantinas. Así se desprende de su libro Extremeñas, publicado en Enero de 1903.
También aquí los jutensilios, dispersos por la estancia, muestran su deterioro por el uso. Mientras los contemplaba, los versos del poeta venían a mi mente; volvían los recuerdos de un tiempo muy lejano. Retornaban los momentos de ayer, mezclados con ese sabor a inocencia que no sabría definir.
Aquella tarde primaveral, en aquel recinto, recuperé el tiempo de mi niñez. Por unos instantes, se mezclaron recuerdos y anhelos. Y, como en un bello sueño, rescaté en la memoria la presencia de los padres; a Don Antonio, mi maestro; recordé a mis amigos correteando por los prados tapizados de verde, tras un balón de plástico que llevaba el aire cuando lo golpeábamos. Fui recordando, asimismo, la actividad en la escuela; los deberes que nos ponía el maestro, escritos sobre una enorme pizarra, en cuya última línea nunca faltaba el nombre de Gabriel y Galán. Teníamos que aprender, para el día siguiente, algunos párrafos compuesto por el ilustre poeta. El quijote y la obra de este autor, ocupaban buena parte de nuestros momentos en la escuela.
Este tiempo, recobrado a través de los recuerdos, le otorgan un valor añadido a la obra de este gran autor. La autenticidad con que habla, ha despertado en mí las ganas de vivir; aunque solo sea para recorrer los parajes que menciona en sus versos.
En la casa de Guijo de Granadilla, con su portalón, su mesa camilla, sus sillones de mimbre, y la cama del fondo, fue donde más tiempo pasé. Una y otra vez, sujeté mi cámara en el trípode y, con luz ambiente, registre los espacios sembrados de misterio.
José María Gabriel y Galán (1870-1905), a pesar de su corta vida, dejó una profunda huella en nuestra tierra. Este extraordinario autor, quizá mejor persona, nos muestra con su trabajo, una realidad no exenta de dificultades, tampoco de grandes esperanzas.
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