La "cubana", enseña del disparate catalán, ha sido la protagonista estos días. Y hoy copa en imagen cualquier diario nacional y deportivo que se precie. Estará contenta la bellaca, porque tiene otro Campeonato de España, otra Copa de S.M el Rey, otro trofeo que chufla en sus vitrinas.
Que conste que para mí, aunque se empeñen, ni es la bandera de Cataluña, ni del FC Barcelona ni de nadie mínimamente leído e ínfimamente ilustrado. Vamos, de cualquiera que se vista por la cabeza. Y es que un símbolo nacido del odio y el frentismo no puede jamás ser baluarte de democracia, libertad y respeto. Por que en si mismo es todo lo contrario.
Este gallardete tiene el dudoso mérito de aparecer en momentos de corte poco democrático y que producen cierto bochorno. Por ejemplo cuando silban con desprecio el himno del país que reniegan. O cuando el militar, independentista, fundador de ERC y presidente de la generalitat, el sedicionista Maciá, intentó tomar Cataluña por las bravas desde su exilio francés. Y si atendemos a su variación marxista, con la estrella roja, sus apariciones no pueden ser más repugnantes. Descansando en mesa etarra delante de tres encapuchados o enarbolada por sus asesinos hermanos de Terra Lliure.
Así que como pueden observar todo un símbolo falaz, que ausente de historia lucha por inventarla a base de fanatismo simbólico.
Pero lo peor de todo es que pasito a pasito han conseguido colarnos el emblema de marras, hasta la suplantación de la constitucional señera. Eso si, a base de permisividad y tolerancia de aquellos que incapaces de poner coto a este despropósito desde un principio ahora no saben por donde cogerlo. Pero es probable que si empiezan por aplicar la ley y hacérsela aplicar a quienes fomentan y auspician todo este disparate, igual nos evitábamos más de un sofoco innecesario.
Porque en los últimos años esta falta de respeto, de provocación continua que se escenifica con la truhana insignia como imagen debe de pasar al montón de las urgencias.
Basta ya de tomarnos por mentecatos, de ser los pagafantas de siempre y los tolerantes nunca tolerados. No sé que tipo de sangre hay que tener para aguantar una y otra vez que se rían en tu cara pidiendo consideración esos que no la tienen y encima te escupen en el ojo.
Y aquí entró la delegada gubernamental madrileña, que a punto estuvo de elevar a la rufiana al olimpo de los mitos. Entiendo su decisión. La entiendo por que sí y por que hay elecciones. Pero el problema es que el gobierno al que representa es el mismo que ha hecho entre poco y nada por cortar de raíz las faltas de respeto contra España que la estrellada ha protagonizado, y no solo en un campo de fútbol. El mismo ejecutivo que la ha dejado como el violinista del Titanic, pero me temo que eso la da bastante igual porque todo estaba en el guión.
Creo que quien entiende que el respeto tiene jerarquías, adeenes y un solo sentido, no hace más que comenzar a dar los primeros pasos hacia la tiranía. Todo lo contrario a lo que debe ser una democracia y que inhabilita a aquellos que pretenden construir un país imaginario sobre los cimientos del rencor y ese otro amarillo y rojo estrellado.
Por todo esto la rufiana estrellada no es un símbolo más. Fuera de su contexto y en unas gradas donde las pulsaciones corren desbocadas, es una provocación que choca virulenta contra un sentimiento, una realidad y una legalidad que se llama España. Que se merece que la protejan de rufianes y rufinanas sean estrelladas o no.
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