Todos nuestros trabajos y proyectos tienen como principal finalidad hacerse visibles a los demás. De esta forma, aquello que hacemos, decimos y pensamos siempre está sometido a la aprobación o censura de quienes caminan a nuestro lado.
A veces nos movemos por los aplausos; en otras ocasiones, por interés económico. También el prestigio profesional nos induce a esforzarnos más de lo necesario. Siempre pensamos y actuamos de cara al exterior, entre otras razones, por la educación que hemos recibido. Así, el mundo que guardamos en el interior, se nos escapa como algo que nos asusta descubrir.
Muchas son las formas que nos ofrece la naturaleza para penetrar en ese universo que descuidamos. Nada hay escrito sobre como debemos profundizar en nuestro espacio interior. Basta decir que, de todo el conocimiento que alberga la naturaleza, llevamos una copia grabada en el alma. ¿Acaso con la percepción no despertamos lo que duerme en nuestro interior?
Siendo así, los mayores beneficios no los aportan las cosas. Se consiguen dominándolas; sirviéndonos de ellas para fines más elevados y racionales. Cuando los objetos roban nuestra atención nos transformamos en elementos movidos por el deseo y la codicia.
Cierto que no es fácil sustraerse a la comodidad que nos ofrecen los elementos. Sin embargo, la libertad de poder elegir nos otorga mayores bienes. Acceder a ella no es fácil, pero sus beneficios no son comparables a la gloria que nos ofrece mundo.
La verdadera riqueza, por tanto, muy pocas personas la consiguen. Se oculta en ese mundo interior que desconocemos. Ya habrás advertido que, el dinero bloquea el esfuerzo y compromete la dignidad, cuando no se puede determinar su origen. Con el pensamiento no ocurre así. A través de el, comprendemos el mundo que nos rodea, incluso nos hacemos mejores personas. Porque, el pensamiento, es una parte de nuestra conciencia, en constante búsqueda de la verdad.
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