Gürtel, EREs, Púnica, Emarsa, Pokemon, bigotes, amiguitos del alma y todos los personajes implicados en los papeles panameños están hiriendo de muerte el cuerpo social del país, incapaz de sostenerse sobre sus propios pies, mientras los tramperos campan impunemente por sus respetos, protegidos por unas leyes hechas a su medida.
La mejor forma de recuperar la salud institucional perdida en ciertos ámbitos públicos, es fumigar esos espacios con expulsiones, condenas y sanciones, inoculando en la voluntad de los reemplazantes mandamientos éticos, doctrinas morales y vocación de servicio desde La Zarzuela hasta el último responsable de la más alejada pedanía.
Eliminar a los corruptos es tarea primordial para recuperar la salud democrática, desterrando de la sociedad a los mercaderes humanos, -como hizo Jesús con los comerciantes en el templo expulsándolos a cinturazo limpio-, extirpando así el cáncer que amenaza con quebrar el país, para exasperación del pueblo que contempla con estupor el crecimiento del tumor que se expande, contaminándolo todo y corroyendo las entrañas del sistema.
Pero no es fácil conseguirlo porque quienes deben tomar el bisturí no lo harán por miedo a las autolesiones que les produciría el corte, situación que exige al pueblo tomar las hoces para segar el campo social de mieses podridas formadas por usurpadores de bienes, derechos y libertades ajenas.
Los comendadores que violan la virtuosa ingenuidad ciudadana y explotan la bondad natural de un pueblo, deben saber que la resignación colectiva no es virtud eterna que se mantenga más allá de lo tolerable por el sentido común, ofendido con mentiras de trileros que temen la revolución, enviando al Gran Pesquisidor para que descubra al culpable del amotinamiento popular, sin conseguirlo porque los ovejunos de la fuente no estarán dispuestos a vender su dignidad por un plato de lentejas, asegurando que hicieron la revolución los fuenteojunos unidos.
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