Hubo un tiempo en el que los padres nos quejábamos por el número de horas que nuestros hijos pasaban delante del televisor. Incluso nos llegamos a plantear su uso educativo para ver algunos programas en familia. Eran tiempos en los que toda una generación de padres que había disfrutado del juego en las calles comprobaba cómo sus hijos pasaban tardes enteras pegados a las pantallas de la única televisión pública que existía. Eran tiempos en los que algún plumilla definió la familia como el conjunto de personas que se reúnen al caer la tarde junto al televisor.
No ha pasado tanto tiempo y ahora sucede algo sorprendente: nuestros hijos no sólo están pegados a las pantallas de los televisores repartidos por toda la casa, sino que también están pegados a nuevas pantallas. Por más que nos empeñamos para que lean libros, prensa escrita u otras noticias además de los deportes, nuestros hijos han dado la espalda a la Galaxia MacLuhan e incluso han marcado distancia generacional con la Galaxia Gutenberg, se han instalado en la Galaxia Steve Jobs. Desde que se levantan hasta que se acuestan están todo el día conectados. Cuando no es la pantalla del móvil, es la del portátil, la del fijo, del tablet, del televisor? del aula o del escaparate. Estrenamos un nuevo tipo de sociedad: la sociedad de las pantallas.
A pesar de los educadores apocalípticos que anuncian el embrutecimiento programado de la especie, los educadores críticamente integrados nos vemos obligados a recrear, gestionar y administrar esta nueva sociedad. Por eso es importante acompañar a nuestros hijos para que no se conviertan en lo que técnicamente llaman omnívoros digitales, porque comen todo lo que las redes les echan, o capullos informáticos, porque deambulan ensimismados en océanos llenos de redes plagadas de amistades peligrosas.
Para esta tarea les aconsejo un pequeño gran libro del profesor Isidro Catela que lleva por título Hijos Conectados (editorial Palabra). En poco más de cincuenta páginas que caben en la palma de la mano proporciona las claves para esta aventura. Nos da pistas para entender el cerebro digital de nuestros hijos, para mandar en el mando y para enseñarles a pescar en las redes. Ofrece sugerencias educativas como el apagón semanal o el ayuno digital, y alguna práctica tan revolucionaria o contracultural como el terapéutico gozo de la desconexión
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