Por ti, que me tejiste sueños de colores antes de dormir. Me abrazaste con los ojos y me miraste con el corazón. Por ti, que fuiste un faro en medio del océano, una lágrima en mitad del desierto. Me enseñaste a ver, pero sobre todo a mirar. Me diste la mano para caminar, y cuando di un paso, me elevaste en el aire. Me diste alas para soñar, para soñar que volaba. Tú, que me abriste mil ventanas aunque yo te cerrara la puerta. Tú, que siempre esperaste a que volviera después de haberme perdido. Yo, que siempre quise parecerme a alguien, sin darme cuenta de que ya me parecía a ti. Que no solo me diste la vida, me diste tu vida, tu tiempo, tu cansancio, tu fuerza y tu tesón. Y es que me costó entender que mi piel era tu piel, mi dolor el tuyo, y mis errores tu debilidad. Me costó entender que cada 'no' era un escudo para mí misma, que cada castigo era una oportunidad de reflexionar. Por todas aquellas veces que olvidé quién era y de dónde venía, y tú me diste un espejo en el que mirarme. Por regalarme libros, paisajes, billetes de avión y cosas que no son cosas, sino valores. Ideas para germinar y cuentos para escribir. Por la paciencia y el cariño, y también por los nervios y la dureza, cuando era lo único que necesitaba para despertar. Por quitarme la venda y ponerme parches. Por enseñarme a pescar y no ir a por mis peces. Por quererme, a pesar de todo, con todas mis asperezas y mis astillas. Por intentar pulirme como un diamante en bruto.
Gracias, porque no sé a qué me agarraría si no estuvieras. Porque aunque tire de la cuerda muchas veces hacia el lado opuesto, sé que de la fuerza me acabaré cayendo. Entonces tendré que cogerla otra vez para levantarme y volver a ti arrepentida. Porque aunque yo sea la energía, tú eres la constancia que me falta. Esa que hace que yo me sienta pequeña otra vez, con la necesidad de correr a tus brazos y pedirte que no me dejes nunca. Gracias por haber llenado más mi corazón que mis manos, cuando ya no necesitaban colmarse de nada superfluo. Gracias por desatornillar mis talentos, por empujarme a hacer lo que tus dones han transmitido a mi sangre. Gracias por hacerme cantar, dibujar y escribir. Por darme mundo, un mundo mil veces más grande que yo. Por poner la mano en el fuego por mí y quemarte, y aún así volverlo a hacer. Por perdonarme más veces de las que he merecido y darme más oportunidades de las que he malgastado. Por seguirte sorprendiendo con cada palabra que te escribo, porque es la forma que tengo de decirte lo que el orgullo muchas veces me ha enterrado. Gracias, eres la mujer más grande de mi vida. La guerrera de la que aprendí a luchar, la que forjó cada punta de mis espadas, la que remendó cada herida de mi cuerpo con hilo de vida.
Aprendí de ti a tocar el arte con los ojos, a respirar el campo con el alma? A hacer una maleta con espacio de sobra, porque después de los viajes uno se la lleva llena. Aprendí los versos más bonitos y los más tristes. A rezar por la noche, aunque fuese al viento, aunque fuese a la nada. Y pedir siempre ser mejor mañana, querer más, perdonar y perdonarse. Aprendí a desplegar las alas que me diste, y volé lejos de casa sin tu ayuda. Volví para darte las gracias y entendí que hace falta estar solo para saber lo que es la compañía. Porque eres hogar, eres mi pilar. Porque eres tú y no otra. Porque tus virtudes deslumbran las mías y las hacen crecer. A ti mamá, y a todas las madres del mundo que construyen cada día puentes imposibles para que sus hijos lleguen cada vez más lejos. A todas las madres que sacrifican parte de su vida para regalárnosla. Feliz día de la madre.
Feliz día a todas las mujeres que un día decidieron dar más luz al mundo.
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