Una modalidad de la propaganda negra muy extendida hoy es la destinada a destruir de forma sistemática la credibilidad y la reputación de una persona, institución o grupo social, procedimiento conocido en el ámbito de la comunicación social como asesinato de la reputación. No se trata de lograr la condena judicial o social de los peores delincuentes sino de destruir a los rivales políticos.
La técnica, bien sencilla por otra parte, fue desarrollada por las dictaduras nazi y soviética, y aplicada por ésta última con particular intensidad en los países occidentales. La siguiente instrucción dictada por la dirección del Partido Comunista Soviético deja bien claro el procedimiento: «Nuestros camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, después de las suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia de la gente».
El historiador Juan Antonio Blanco, antiguo analista del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, explicó en su obra El otro paredón en qué consiste este proceso: "Los promotores del asesinato de reputaciones para lograr sus fines emplean una combinación de métodos abiertos y encubiertos como son la formulación de acusaciones falsas, fomento de rumores y la manipulación de informaciones. El asesinato de reputación persigue la finalidad de anular la capacidad de influencia de la víctima, silenciar su voz y lograr su rechazo por la sociedad. Al transformar a sus víctimas en no-personas las hacen vulnerables a abusos aún mas graves como pueden ser la agresión física, el encarcelamiento, la expropiación de bienes, el destierro, asesinato e incluso genocidio de todo el grupo social al que pertenecen. La propaganda nazi antisemita y el Holocausto que le siguió son el ejemplo más extremo de los peligros asociados con las campañas estatales de asesinato de la reputación. En el siglo XXI, con el arribo de las Web2.0 y las redes sociales virtuales, la diseminación de falsedades se realiza de modo mucho más rápido y efectivo".
Los totalitarios de cualquier signo consideran particularmente peligrosas a las personas independientes. Lo explica muy bien Ayn Rand (Alisa Zinóvievna Rosenbaum), filósofa y escritora de origen ruso: "Dese cuenta de cómo ellos (los colectivistas) aceptan cualquier cosa, excepto al hombre que permanence solo. Lo reconocen al instante. Hay un odio especial, insidioso, reservado para él. Ellos perdonan a criminales. Ellos admiran a dictadores. El crimen y la violencia son un lazo. Ellos necesitan lazos. Ellos tienen que forzar sus miserables pequeñas personalidades sobre todas las personas con que se encuentren. El hombre independiente los mata."
Como todo se pega menos la hermosura, el uso de esta insidia se ha ido extendiendo al conjunto de los partidos y se utiliza también sin empacho fuera de la política. Los prejuicios sociales sembrados contra la víctima terminan por arraigarse gradualmente en la memoria social colectiva y las personas ?en especial las nuevas generaciones? los aceptan como la historia verdadera o la biografía real. Con el paso del tiempo, las percepciones falsas que fueron deliberadamente fabricadas, difundidas y repetidas por diversos medios de comunicación, pueden convertirse en parte de la historia oficial que se acepta sin la menor crítica e incluso ser incorporadas a los sistemas educativos. Resultan muy difíciles de revertir, casi imposible diría yo, en una sociedad idiotizada por medios sectarios y que vota a partidos que sustituyen las ideas por consignas y eslóganes.
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