A un lado de la cárcel, la pared
sostiene la inocencia
del estío.
Abajo, está tu cuerpo
roto, exánime,
y una escalera de agua te vigila.
La luz del viento
rasga las ventanas
de tu alma ya celeste. No respiras.
La forma de una nube
es la oración
que cubre tu regazo. En el susurro
que, a última hora, brota
de tus labios
florece el nombre tierno de tu hijo.
Hablo con él,
después de tantos años
bordando tu memoria. Muero en ti.
Te evoco en el silencio
de esta hora
plomiza del verano y tengo frío.
Alejandro López Andrada
Las voces derrotadas (Las voces derrotadas).
Estos versos de mi libro "Las voces derrotadas" quizá sean los más duros y, para mí, más terribles de toda mi obra poética. Hablan de la muerte de mi tío Bernardino, el cual, aunque estaba recluido en la cárcel de Córdoba por temas políticos, falleció al caer de una escalera mientras hacía un trabajo fuera del recinto. Su único hijo, mi primo Manolo, tenía entonces cuatro o cinco años, y aquella tragedia marcó irremediablemente su vida.
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