Me abrazo a los detalles más minúsculos. Un hombre anciano habla con su nieto y la ternura crece en derredor como un puñado de hojas de laurel que en una tienda, ahora, mueve el aire. Detrás de mi silencio hay agujeros de luz que codifican las aceras. Mi pierna izquierda falla al caminar. El mundo se ha subido en mi rodilla con todo su equipaje de dolor y sus desiertos espirituales. Semana Santa bulle en los jazmines de un patio humilde. Cae la oscuridad. Podría sentirme triste y sin embargo en las pupilas del humilde anciano que pasa con su nieto hallo un refugio para esconder mi tímida esperanza. La vida se desliza por la calle vestida de glicinias y nazarenos mientras las nubes últimas se van.
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