Hoy sale a la calle el Nazareno, porque hoy es Viernes Santo, el día en que asesinaron a Jesús de Nazaret por peligroso, por blasfemo, porque iba por derecho en la vida y eso no lo soporta nadie, entonces y ahora, de ahí que si volviera, como imagina Dostoievsky en su relato del Gran Inquisidor, volverían a matarlo, sin duda. ¿O qué nos creemos, que la Pasión del Nazareno fue una broma, o algo tan lejano que podemos espiritualizarlo sin consecuencias en nuestra vida social o política? No, lo de Jesús fue muy en serio, tanto que aún sigue provocando regueros de tinta con toda clase de interpretaciones. Jesús nos sigue interpelando, sin cesar.
Y hoy a las seis, como todos los años, iré a ver su salida, acompañada por mi padre, en una tradición que no hemos interrumpido desde que era niña, bueno, un año sí la interrumpimos: el año en que murió mi abuelo Eleuterio, porque mi abuelo murió en Viernes Santo y a esa hora, mientras agonizaba sonaban los tambores y trompetas desde San Julián, muy cerquita de su casa, y ese día, mi padre y yo no fuimos a ver salir al Nazareno. Por eso, cuando amanece este día, desde muy pronto sé que será distinto a los 364 restantes: porque ese día murieron Jesús de Nazaret y mi abuelo Eleuterio, y desde entonces las cosas fueron muy distintas para mí.
Tantas veces lo he visto de cerca, en su iglesia, porque en ella transcurrió mi formación cristiana, allí supe de verdad qué significaba ser cristiana, y muchas tardes cuando acudía a la catequesis en la torre pasaba por su altar y le miraba, o mejor dicho, me miraba él a mí, porque Jesús Nazareno te mira y de qué manera. En su pequeña ornacina, a un lado del presbiterio, lo ves tan próximo que puedes permitirte el lujo de examinarlo con la máxima atención. Y ya muy niña me di cuenta de que el genial escultor que creó su imagen, había creado una imagen para que nos mirara a cada uno de nosotros. Si no han reparado en ello observen con atención la fotografía que incluyo en la columna. Si estuviéramos en medio de la procesión, en el paso mira a la Virgen, a María, con la que se encuentra cuando lo van a escarnecer ejecutándolo, el paso en ese sentido te despista. Pero en realidad no es así: la imagen nos mira a cada uno de nosotros que la observamos.
¿Y cómo lo hace? No es una imagen dramática, yo diría que es una imagen que transmite serenidad, confianza, amor: Jesús nos mira con amor, pero desnudándose de todo poder nos dice que él está ahí, a nuestra entera disposición, a cambio de nada, para ayudarnos a vivir, porque vivir no es tarea fácil sino todo lo contrario, pues ahí está él, con una oferta de sentido. El Nazareno de San Julián nos traspasa con su mirada, sus ojos nos escrutan, pero no acusadoramente, inquisitivamente, sino dulcemente, sosegadamente, con afecto y pleno desprendimiento. El Nazareno no aparta nunca su mirada, aunque nosotros le volvamos la espalda, es más, entonces, aunque no lo sepamos, es cuando con mayor intensidad nos mira.
Esta tarde volveré a mirarle, o él a mí. Es para mí, esa salida desde su iglesia, uno de los momentos más emocionantes de la Semana Santa de Salamanca (otro es la subida de La Piedad, de vuelta hacia la Catedral, y el otro es el paso de mi Cristo del Amor y de la Paz por el Puente Romano), aunque cada uno tiene sus momentos especiales en estos días, en que un hormiguillo se apodera de tu interior y te deja una sensación especial: la Semana Santa está llena de emociones, de sentimientos, de vida y de muerte, la Semana Santa refleja nuestra existencia y la interpela.
Pues sí, volveré a mirarle, y el resto del año la mirada que él me dirija llenará mis días y mis noches, sosegará mis inquietudes, activará mi rebeldía, me hará entrar en mí misma cuando todo vaya mal, y en ese instante, justo en ese instante, comprenderé que es el Hijo de Dios y sabré que no podía tener otro destino que la muerte. Porque este mundo no se ha hecho para los hombres buenos y mucho menos para Dios.
Marta FERREIRA
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