Realmente esta mujer no tiene nombre, en los evangelios sinópticos es simplemente la mujer de Betania que ungió a Jesús. Cuántas mujeres sin nombre, cuántas mujeres que acogen la palabra, la guardan en su corazón y se entregan a los más necesitados de lejos o de cerca y dan testimonio de misericordia.
Esta mujer de Betania, sale de la oscuridad y se vuelve para seguir a Jesús y se atreve a ungirle en casa de Simón el leproso, en el evangelio de Juan se convierte en María. Es una escena que tiene lugar seis días antes de la Pascua, unge a Jesús con la fragancia de un buen perfume de aceite de nardo en una jarra de alabastro. ¿No era un derroche? ¿No era mejor repartirlo entre los pobres? Se preguntaban los discípulos. Pero como un acto amor y misericordia su acción estaba adelantando lo que Jesús venía anunciando, una muerte en cruz como un maldito. Comenta Jesús a sus amigos cercanos, a los pobres los tendréis siempre vosotros, esta mujer se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura.
Los que cuelgan de un madero no tienen honor, son malditos, fue el precio de su amor y su misericordia, de vivir lo que anunciaba, de su disidencia. Nadie apuesta en este mundo por los vencidos, tal vez sólo las propias víctimas, como muchas mujeres oscurecidas, ninguneadas y apartadas. El trabajo de las mujeres ha sido siempre en muchas sociedades anónimo y escondido, no fue menos en época de Jesús, pero él quería enfrentarse también a esa injusticia. Ni los discípulos fueron capaces de ver la realidad, sólo una mujer anónima tomará la iniciativa de forma profética y pudo administrarle la unción, la extremaunción. Esa mujer creativa, generosa, representa la misericordia y el amor en la entrega, se da a sí misma.
Ahora siguen existiendo muchas mujeres anónimas, muchas mujeres silenciadas y dedicadas a tiempo completo a sus hijos, marido, padres, nietos en la necesidad, el dolor, la vejez, las enfermedades crónicas, las dificultades económicas. Muchas Marías de Betania, de Nueva York, Madrid, Roma.
Mary vive en Nueva York, dejó su trabajo para dedicarse a tiempo completo a su marido enfermo de Parkinson, ahora está agotada. No recibe ninguna ayuda, ni de instituciones, ni de familiares cercanos. A pesar de todo, sigue derramando el perfume de su amor y generosidad cuando acaricia y acuesta a su marido.
En Madrid encontramos a otra María, tiene 50 años, ha renunciado a una vida de familia al servicio de sus padres y hermanos. El padre enfermo de alzheimer y la madre en una silla de ruedas por una cadera fracturada. Está agotada, pero su sonrisa no se descuelga de su rostro como un gran frasco del mejor perfume derramado.
Marie vive en París, tiene 60 años, siempre pendiente de su hija de 35 con esclerosis múltiple avanzada. Alguna vez con depresión y ansiedad, pero tiene una entrega sin límites, lleva la silla de ruedas, la baña con mucho cariño y ahora recibe la ayuda de su otra hija. Lo que le hace más llevadero esos momentos difíciles que se ven superados con una gran amor y con una preparación cada vez más eficaz.
Mariam está en un campo de refugiados fuera de Siria, vive en la misma tienda que sus hijos y nietos, viendo como sus nietos dejan la infancia entre las lonas del campo, entre el barro y sin agua cercana. Ya ha sufrido demasiado su casa había sido bombardeada y estaba en ruinas, ahora quiere para sus nietos y sus hijos un futuro mejor. Desarrolla cada día el perfume de la paciencia y una gran sonrisa en la soledad del campo.
Esta entrega de muchas mujeres anónimas, ha provocado que muchas de ellas sean condenadas al aislamiento, al sufrimiento, incluso a la muerte. Son ellas, muchas desconocidas, las que sacan proyectos sociales y sostienen a las familias en África, Asia y Latinoamérica. A veces, estas mujeres van más allá del cuidado, en un compromiso de resistencia a la opresión en favor de la dignidad humana. Hoy, como ayer, muchas mujeres derrochan su perfume de la generosidad y de la misericordia, en la enfermedad, en la muerte. Como María de Betania existe otro modo de escuchar la palabra, tiene más que ver con las entrañas que con el oído, ellas captan matices que van más allá del amor, apuntando al centro de la misericordia.
Mientras crece la noche, cada día
prende el Amor su llama
en tu candil de aceite desvelado,
siempre igual y creciente.
El pan de tus moliendas se cuece, cada día,
bajo el fuego tranquilo de tus ojos,
mientras crece también la madrugada.
La fuente de la plaza te entrega, cada día, su limosna
mientras le crece el corazón al mundo.
(Pedro Casaldáliga, Mujer de cada día)
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