La crítica es, o siempre fue, sin género de dudas, una de las grandes palancas de la sociedad moderna. Todo está sujeto a su influjo. Ciencias, artes, literatura, política etcétera, nada se libra de su escalpelo; y como su fuerza es tanta y tan grande su poder, todos quisieran ejercerla, tengan o no condiciones de críticos, dominen o desconozcan la materia que han de tratar.
Por eso vemos constantemente sentar plaza de críticos a muchos desdichados que con su audacia y la benevolencia de tal o cual director de periódico, se lanzan a escribir a troche y moche, y así juzgan, las creaciones pictóricas sin saber que es una paleta o pincel, o jamás haber asistido a academia o visitar un museo, sin tener la base de las Bellas Artes, al igual que hablan de música sin conocer una nota, desprovistos de instintos musicales y sentimiento estético, o analizan el drama y el libro, parapetándose siempre en unas cuantas frases hechas y no pocas vulgaridades, que llevan el tedio al animo del lector.
Así es, que las opiniones sobre cualquier materia son contradictorias; los unos aplauden lo que otros censuran, para estos es sublime lo que aquellos encuentran detestable, y suele frecuentemente alcanzar la consideración de muchos el que más asiduamente trata el asunto, o con más galanura se expresa, aunque no razona sus escritos ni haga critica, intentando suplir con cantidad lo mucho que en calidad falta.
Arduo problema es el de la critica, especialmente en materias que tienden a deleitar, porque el gusto no sabe sujetarse a modelos, ni el sentimiento estético regularse, surgiendo aquí los eternos problemas entre la belleza y la estética. No es de extrañar que, pensando cada cual a su modo, la critica esté al alcance de cualquiera pues, por muy disparatada que sea su opinión, siempre encontrará quien la apadrine, y hasta vendrán a reforzar textos de tal o cual critico o filosofo de cierta autoridad, cuyas teorías este de acuerdo con aquel disparate.
Sin salir de los límites taurómacos. Creo que, si nuestro espectáculo es artístico en sumo grado, a pesar de las repugnantes escenas que allí se ven, a pesar de los nobles y bravos animales brutalmente martirizados. Hay por encima de esto cierta grandiosidad que subyuga, cierto conjunto, que cae dentro de las Bellas Artes, pues los apasionados de las mismas, han sido decididos partidarios de las corridas. Todo es artístico en nuestra Fiesta; desde la ida a la plaza, hasta la salida de ella; todo tiene tal animación, tal color, tal vida, que no hay cuadro que pueda rivalizar con el que ofrece una corrida de toros. Aquella masa de cabezas, aquella variedad de trajes, aquella alegría de rostros, aquella confusión de clases y jerarquías, el contraste del sol y la sombra, todo ofrece tal carácter, tal especialidad, que no hay nadie que sea artista y no se sienta arrastrado por tal conjunto.
Y esto, por lo que se refiere al espectador; pues cuando aparecen las cuadrillas, se suelta el toro y empieza el espectáculo, entonces la estética, subiendo de punto, borra de cuanto hay de bárbaro en la lidia; que no es poco. La gallardía del toro, la belleza de su estampa, la agilidad de sus movimientos, la grandiosidad y gracia de líneas que dibujan su figura, le hacen ser el Rey de los animales. Solo el toro no llega a viejo. Solo el muere en la plenitud de su fuerza, luchando hasta el ultimo minuto, siempre ágil, siempre temido.
Fermín González, comentarista Salamancartvaldia-. (blog taurinerias)
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