Convertido para siempre en hoja de otoño envuelta en arabescos
sempiternos, yo también he cambiado de color mi piel marrón
con la caída de mis ojos a tu infinita altura,
los días comienzan a ser más cortos
en tanto que se amplifica proporcionalmente tu figura,
humilde faro que guías mis pasos entre la niebla
de estos días, convertido para siempre
en hoja de otoño que te servirá de alfombra por la vida.
No quieras volar todavía por esos cielos que se anuncian
entre tus dedos,
los ángeles que como tú todo lo observan
predisponen mi transición a lo íntegro
de la palabra.
Retirado casi siempre en mis sueños más sombríos
no he alcanzado aún a comprender tu realidad
enredada entre sollozos, barrunto tu pequeña aspiración
encubierta entre fracciones de segundos y horas, yo también
he cambiado de color mi piel marrón
con la caída de mis ojos a tu infinita altura,
pero no he llegado aún a componerte
del todo, me faltan versos para contarte.
No estaría de más recordarte que eres agua de dos ríos
ahora que te abres paso entre mis naturalismos
y tu silueta comparece serpenteando
a los pies de mis labios rotos por el frío, el buen estado
de mi alma destila entre tus dobleces
y entre tus dobleces siento
que se van filtrando para siempre
mis utilitarismos de trastero.
Empezando. Cada paso en falso que he ido dando
en esta vida no ha sido sino otro metro más
recorrido hasta tu puerta, que como no podía ser
menos, siempre se conservó entreabierta
ante la urgente perspectiva de crecer en geométrica
progresión. Empezando a comprender tu realidad
enredada entre sollozos, pero no he llegado aún a componerte del todo,
me faltan versos para contarte.
No quieras volar todavía por esos cielos que se anuncian
entre tus dedos,
los ángeles que como tú todo lo observan
predisponen mi transición a lo íntegro
de la palabra.
Encadenado al mástil invisible de tu nombre, otro Ulises cualquiera
menos lastrado por el mar, se hubiera dejado llevar por
el viento que ondula tu pelo fino como la miel, cuerpo
deshecho por el desastre que ha sobrevivido
cual Argonauta al canto de la sirena que se ha transformado
en piedra antes de morir,
encadenado al mástil invisible de otro hombre, somos
dos guijarros en pleamar, ansiosos de bebernos.
No estaría de más recordarte que eres agua de dos ríos
un maná tan humano como el nido que te fuimos construyendo
con la complicidad del aire fresco,
si el amor se fuera acumulando entonces ya serías nieve
vapor de agua sobre fractal hoja de otoño,
yo también he cambiado de color mi piel marrón
con la caída de mis ojos a tu infinita altura,
que va filtrando como siempre mis utilitarismos de trastero.
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