Gustave Flaubert (Novelista francés, 1821-1880), se opuso a que su obra fuera ilustrada. Consideraba que la imagen restaba protagonismo a la escritura, al reducir su carácter universal a particular.
Comprendemos mejor esta afirmación si admitimos el poder evocador de las palabras. Recrear situaciones únicamente con textos, nos obliga a utilizar la inteligencia, y las imágenes no incluidas en los libros, hemos de aportarlas mentalmente los lectores. De esta forma, otorgamos mayor gloria y protagonismo al autor, que ha conseguido despertar en nosotros, sentimientos y emociones muy diferentes, para ilustrar sus textos con nuestros propios grafismos.
Quien accede a la lectura, sabe que en los libros hallará mundos semejantes al suyo. No ignora, asimismo, la importancia de quedarse a solas con las ideas. Amparado por el recogimiento, volcará sus propias impresiones sobre la realidad que le presenta el autor, y descubrirá las afinidades que le acercan a su pensamiento.
El carácter universal de la escritura, no es comparable al entorno donde situamos las imágenes. A través de la lectura, desplegamos la imaginación en todas direcciones; no existen barreras que nos impidan penetrar en todos los espacios. Pues, al ser ilimitada nuestra capacidad para pensar, tampoco encuentra límites nuestra facultad de imaginar.
Con las imágenes no ocurre así. La atención la centramos en un punto, y olvidamos el resto de posibilidades. El color, la forma y la distribución de los elementos, nos obligan a discurrir por el limitado entorno del encuadre.
Pero, en nuestro tiempo, no debemos ser tan selectivos. Pues, hay demasiadas personas que no leen, y muchas lo hacen para matar el tiempo. Son muy pocas las que buscan en los libros la forma de reducir su ignorancia. Cuando creemos saber lo suficiente, dejamos de buscar y comenzamos a olvidar lo que aprendimos, Gran perdida creer que sabemnos bastante.
Hoy, necesitamos que los textos estén ilustrados. Pues, al movernos con tanta prisa de un lugar a otro, ni siquiera reparamos en la escritura. Muchas veces, nos limitamos a mirar imágenes, nunca exentas de intenciones. Es aquí donde surgen los problemas porque, muchas de sus lecturas, no son percibidas por el observador, pero cumplen a la perfección los objetivos de quienes las presentan.
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