El Estado democrático liberal en el que vivimos se caracteriza esencialmente por la coexistencia de tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, tres poderes que son encarnados por personas diferentes y que se controlan mutuamente. Es la llamada división de poderes de la que habló Montesquieu, es decir, que en vez de concentrarse el poder en un solo órgano, se divide entre tres, con la función de que el Estado, que tiene todo el poder y que por ello es proclive al abuso, se lo reparta entre personas y órganos diversos. El liberalismo, que reemplazó al Antiguo Régimen, tenía una noción clara de la cuestión: el poder es peligroso, y cuanto más concentrado esté, más aún, o con las famosas palabras: "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". El liberalismo, y las Revoluciones francesa y americana que lo encarnaron históricamente, puso fin así al absolutismo.
¿Se acuerdan ustedes de aquella profecía de un político español que se consideraba muy culto?: "Montesquieu ha muerto". ¡Menos mal que no porque de lo contrario estábamos aviados! Pues ahora el tema ha vuelto al tapete a propósito de unas declaraciones del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en las que manifestaba sentirse sorprendido por la casualidad de que distintos jueces estén sacando a la luz en este momento casos de corrupción que afectan a su partido. Dice el ministro que no quiere poner en tela de juicio la independencia judicial, pero en realidad lo hace porque da a entender de soslayo que tal vez no son casualidades lo que produce esta acumulación de casos de políticos corruptos, tal vez se hace porque conviene para que su partido salga dañado y otros beneficados, y alega que no salen otros casos tanto o más graves.
El ministro parece que tiene poca memoria. Bueno, es normal, todos los políticos tienen mala memoria cuando ciertos hechos no convienen, no interesa recordarlos. Yo le recuerdo, por ejemplo, todo lo relacionado con la corrupción de Jordi Pujol y su familia, que ha hecho saltar por los aires al principal partido nacionalista catalán, Convergencia Democrática. Yo le recuerdo también todo lo relacionado con los casos de corrupción sobre los Ere y los cursos de formación en Andalucía: durante mucho tiempo hemos visto entrar y salir del juzgado y de la prisión a políticos socialistas. Hasta la Infanta ha tenido que pasar por estas horcas caudinas. Y ahora le toca a su partido. No es casualidad, ministro, es que toca, y los jueces no van a mirar a otro lado. Porque son independientes.
Cuesta aceptarlo, porque la denominada división de poderes, en nuestro país está en claro peligro. En teoría, el legislativo, que elige al ejecutivo, debe controlarlo, pero esto en gran medida es un desiderátum: el Parlamento muchas veces ha sido una máquina apisonadora donde el partido que tuviera mayoría absoluta, prácticamente hacía de su capa un sayo. Y entonces, al final la última esperanza del control del poder político está en los jueces. Que tienen mucho poder, es verdad, pero que lo necesitan para imponer finalmente el imperio de la ley.
Es duro para los políticos reconocerlo, pero es una gran verdad: si no tuviéramos jueces independientes, los ciudadanos estaríamos perdidos y nuestras garantías brillarían por su ausencia. Y la culpa es de los partidos con opción de poder que han diseñado un sistema en el que el control del Gobierno está seriamente debilitado: esto ha sido así con partidos de izquierda y de derecha en el puesto de mando, que no han hecho nada para cambiar efectivamente la situación. De ahí que muchos problemas que podrían haberse solucionado con un ejecutivo férreamente controlado por el legislativo, terminen por encontrar salida en el mundo judicial. ¿No han oído muchas veces cómo los partidos recurren a la presunción de inocencia de sus políticos empapelados, sin haber puesto en orden su casa antes de llegar a un juzgado?
Menos mal, señor ministro del Interior, que tenemos jueces independientes y valerosos y justos, que ponen por delante al imperio de la ley frente a la conveniencia política. Menos mal. Yo, al menos, me fío más de esos jueces que de muchos políticos que han convertido la res publica en un lodazal inmundo.
Marta FERREIRA
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