En estos días podría ser obligado tratar de los asuntos de la política nacional. Pero no está mal ayunar un poco de estas cuestiones que ya empiezan a hartarnos. Nos encontramos a la mitad de la cuaresma, pero aún estamos a tiempo de hacer alguna reflexión que nos ayude a aprovechar la oportunidad de la preparación a la Pascua que se acerca. En efecto, aunque la cuaresma nos evoque ayuno y penitencia, ese ayuno no es sólo material sino también de las harturas, a veces excesivas, del espíritu.
La cuaresma, etapa de preparación para la Pascua, tiene una carga profunda de sentido y de prácticas o actitudes que nos ayudan a privarnos de multitud de cosas que nos sobran y nos embrutecen, y de las que abusamos frecuentemente y a las que necesitamos moderar.
La Iglesia y la tradición cristiana nos exhorta en este tiempo a profundizar en la abundancia de textos bíblicos que dan el verdadero sentido a nuestra vida, y a preparar para la jornada y el tiempo hermoso y saludable de la Pascua. Aparte de ese alimento bíblico, tres prácticas son las que orlan y dan sentido a la preparación para las fiestas pascuales: el ayuno y abstinencia, la oración, y la limosna o las obras de caridad. A las tres les da sentido la escucha de la Palabra de Dios en este tiempo de cuaresma.
Las prácticas del ayuno o de obras de sacrificio y penitencia, hay a quienes les parecen prácticas ya antiguas y trasnochadas. De hecho, ¿cuántos son los que ayunan o guardan abstinencia actualmente? Y, sin embargo, luego son capaces de llevar adelante las dietas más exigentes. Los cristianos ayunamos para dejar espacio a la presencia y actuación del Señor Dios. Hay muchas cosas que nos entretienen y nos apartan de lo que realmente importa: el conocimiento, el trato y la escucha y obediencia al Dios de nuestras vidas. Incluso la biblia nos advierte que el ayuno que Dios quiere es trabajar por la justicia y el amor a los pobres.
La segunda práctica de la cuaresma es la oración. Es tiempo de conversión, de volver a los senderos que nos marca el Señor, que orienta acertadamente nuestras vidas. Es una práctica que ha de realizarse en todo tiempo, pero que se intensifica más en el tiempo de preparación para la Pascua. La cuaresma nos recuerda el espacio de cuarenta días que, al comienzo de su vida pública, pasó Jesús de Nazaret en el desierto, preparándose para cumplir la misión que el Padre Dios le había encomendado. Allí oró y ayunó durante cuarenta días, debiendo pasar incluso por tentaciones similares a las nuestras.
La tercera práctica, la más interesante y exigente, es la práctica de la limosna o de la caridad con los necesitados; lo cual lleva por delante la exigencia de la lucha por la justicia. De hecho la caridad es la coronación y perfección de la justicia. Para los cristianos, la justicia es imposible de guardar sin el amor de Dios, es decir, la caridad como expresión del amor de Dios, que apoya y hace realidad el amor al prójimo y la consecuente realización de la justicia.
¡Cuánto mejor nos iría en los terrenos de la política y de la justicia humana si nos entregáramos más consciente y responsablemente a estas prácticas cuaresmales! Pero cada vez somos menos los católicos que asumimos las tradiciones cristianas y nos ejercitamos en el tiempo de cuaresma en estas prácticas de oración, penitencia y amor a los necesitados. Y así nos luce el pelo.
Aun aquellos que tratamos de seguir las prácticas tradicionales, con ayuno, abstinencia, sacrificios, oraciones y obras de caridad, ignoramos muchas veces el sentido profundo de la cuaresma, y más aún, nos olvidamos de todo cuando llegan las fiestas de la Pascua. Incluso la Semana Santa la abandonamos por unas vacaciones de primavera en las buenas playas de nuestra tierra española o en los lugares más solicitados por el turismo. O, si permanecemos en nuestras tierras, reducimos las celebraciones a las procesiones y los rituales del porte y manifestación de las procesiones y sus cofradías. ¿Qué habremos hecho de nuestras catequesis, e incluso de nuestras clases de religión, si tan ajenos estamos al verdadero sentido del que es el centro de la Semana Santa y de la Pascua: el Cristo sufriente, muerto y triunfador del pecado y de la muerte por su resurrección?
Necesitamos reavivar el sentido y la práctica de la cuaresma que, sobre todo, nos convoca a la conversión, al cambio y a la reforma de nuestras vidas personales y de las instituciones de todo tipo, incluidas las de la Iglesia. Adelante con la cuaresma. Y preparémonos para la vivencia auténtica de las consecuencias liberadoras y salvadoras de la Pascua.
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