Hace unos días me encontré con un alumno que estaba haciendo una investigación sobre Podemos y sus grupos afines. El chico era consciente de que la bibliografía era amplia y que su estrategia no está precedida únicamente por el adanismo político, la instrumentalización de la memoria histórica y el desprecio a la transición política que se produjo con los gobiernos de Zapatero.
Estaba empezando a recopilar información práctica sobre los perfiles profesionales de los responsables políticos y los equipos que habían empezado a contratar en los diferentes ayuntamientos de España que estaban gobernando. Desde Barcelona a La Coruña, pasando por Madrid y Valencia, ha descubierto que estos grupos instrumentalizan los conceptos clásicos de acción e innovación social en los nuevos procesos de contratación. Ha descubierto que detrás de los perfiles profesionales en los que aparecen los términos "acción" o "innovación" se encuentran personas con experiencia en "agitación institucional".
Me comentó que en su trabajo de campo estaba comprobando un curioso fenómeno que se había producido antes en los partidos socialistas y comunistas durante la transición. Antes de atisbar que tendrían posibilidades de gobernar mantenían estrategias de ruptura y agitación institucional. Cuando se les abría la posibilidad de gobernar pasaban aceleradamente
de la ruptura a la reforma. Incluso acudían a Max Weber para defender que frente al poder hay que tener convicciones y que en el ejercicio del poder hay que tener responsabilidades. Lo vimos claramente en el referéndum de la OTAN cuando se creó el lema: "De entrada, no". Era una estrategia de hipocresía e instrumentalización moral condicionada única y exclusivamente por la voluntad de poder.
Me dijo que detrás del perfil de un técnico en acción social no se encuentran peritos en la obra de Durkheim, Weber, Hirschmann o Bauman. Tampoco técnicos en normas o diseño institucional y conocedores del valor de las instituciones propias de una democracia liberal. Entienden por "acción social" el enfrentamiento partidista con las instituciones de una democracia liberal y, por consiguiente, sólo es válida y legítima la acción que viene de la izquierda política, de la movilización anti-sistema y de los grupos anti-globalización. Está convencido de que desde el poder se cambia el significado de las palabras.
Le pedí que leyera a Ortega, sobre todo aquellos textos donde distingue la "acción indirecta" que se produce mediante la palabra y la "acción directa" que se sirve de la agresividad, la violencia y la fuerza. La instrumentalización de las instituciones, el boicot de actos públicos y los escraches no son precisamente técnicas de acción indirecta. Quizá descubra que estas agitaciones institucionales esconden un simple principio: más poder administrativo y menos sociedad civil.
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