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Entre lo real y lo posible
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Entre lo real y lo posible

Actualizado 01/03/2016
Fernando Robustillo

A pesar de esas bromas con las que pasamos estos días el mal trago de la falta de Gobierno, incluso amparándonos en el ejemplo de Bélgica, que estuvo más de quinientos días sin que nadie les gobernara ...y hasta mejoró la Economía, no debemos engañarnos y

[Img #570368]Pero no porque temamos aquello que según Herodoto hacían los persas, pueblos "bárbaros" para un griego como él, ya que Herodoto relataba que cuando moría el rey de Persia, durante cinco días quedaban en suspenso todas las leyes. Cinco días de horror durante los cuales se cometían todo tipo de brutalidades para que el pueblo aprendiera lo que suponía vivir sin ley. Afortunadamente, hoy, gracias a Montesquieu gozamos de la división de poderes y la Justicia no necesita un mandato superior para ejercer sus funciones.

Pero esta interinidad no se puede demorar por mucho tiempo, pues aunque la Justicia imparta justicia y el Gobierno en funciones gobierne, ni la Justicia puede arrogarse nuevas leyes ni podemos tener un Gobierno que sea un sucedáneo de gobierno. La solución está en el pueblo y el pueblo ya se ha expresado. Ha dicho que quiere un Ejecutivo que recoja nuevas sensibilidades para nuevos tiempos. Y ha sido drástico en su decisión: no quiere ni más de lo mismo, ni mayorías absolutas, ni bipartidismo, dando como resultado algo nuevo a lo que no estábamos acostumbrados: que los postulados de unos partidos confluyan con los de otros.

Por tanto, es absurdo pensar que el voto que dimos a "nuestro" partido llevaba como exigencia ineludible no cambiar ni una coma del programa con el que concurrió a las elecciones. Pero como somos mayores y tenemos ya cuarenta años de democracia, lo mínimo que debemos exigir es haber superado la ESO política para entender la fuerza de "nuestro" voto después del paso por las urnas.

Imaginemos que ese voto está como quien ha luchado en una batalla y a continuación pasa por Enfermería. Quizá no le hayan roto las piernas y aunque esté bastante perjudicado haya llegado allí por su propio pie. Pero volvamos a imaginar y supongamos que le han traído dos adversarios como si fueran dos muletas, o incluso peor: arrastrado por sus peores enemigos; sea como sea, qué es lo menos estúpido: ¿aceptar esa ayuda o enarbolar la bandera? Si aceptas la ayuda, algún día, ya recuperado, puedes continuar en lucha por tus ideales; si sacas la bandera, es muy probable que tú te llames Rosa Díez. Esto con todo respeto para la excelente política.

Y entroncando con la realidad, es sabido que hoy lee su discurso de investidura Pedro Sánchez y mañana debatirá, rebatirá o apoyará su propuesta de Gobierno el resto de partidos. Pero como no es probable que salga elegido, tendrá otra oportunidad dos días después. Y en éstas nos preguntamos: ¿Ha cumplido Pedro Sánchez con la misión que le ha encomendado el Rey de formar gobierno? Impecablemente, sí; además de asegurar que también ha redimido una misión superior, es decir, el mandato del pueblo. Un pueblo que sólo le pide a los políticos que sean decentes y trabajen. Pero una cosa es segura: si al final gobierna Pedro Sánchez, nadie le puede pedir que su programa socialista lo cumpla íntegramente, puesto que esa misión no le fue dada por la fuerza de los votos. Y a la vez, y ahí se sustenta la razón del buen político, tampoco puede dar un giro de 180 grados y hacer lo contrario.

De nada, señor Sánchez, que esto le sirva para reflexionar.

¿Qué pasará entonces con el resto de partidos con posibilidades de gobierno? Ciudadanos ha entendido bien el mensaje y se ha integrado con las propuestas socialistas. El Partido Popular rechazó el mandato del Rey y además quizá se lamente de no haber sido generoso con las minorías cuando gobernaba en mayoría y Podemos, con gente joven e inteligente en sus filas, al parecer, no sabe aceptar que sus votos pueden ser importantes para negociar pero no para excluir a gente nueva como ellos ni imponer un orden de prioridades en el Consejo de Ministros. Por responsabilidad, todos deben superar barreras para no vernos en unas nuevas elecciones.

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