Regreso al país que me sorprendió hace seis años. Al lugar donde tuve la suerte de conocer a una de las heroínas de Cochabamba, a sor Adelina. Una Hija de la Caridad navarra que nos llevó con la lengua fuera recogiendo gente tirada en la calle, atendiendo enfermos terminales, escuchando a los toxicómanos y dejándose la vida a jirones por los descartes, los invisibles, los nadies. Vuelvo a Bolivia dispuesto a que sus pueblos y sus gentes me vuelvan a conquistar. Aunque esta vez no iré en avioneta hasta las entrañas de la selva desde la capital del Beni, Trinidad. Ni caeré en la cuenta de que las Cesna de seis plazas no tienen limpiaparabrisas, ni navegador, ni gps, ni más instrumental que el móvil y la pericia de un piloto capaz de aterrizar guiado por su intuición en medio de una tormenta. Tampoco tenemos en el planning grabar una reducción jesuítica ni cómo los jóvenes indígenas cantan como los ángeles, juegan al fútbol descalzos y cazan pirañas con arpón metidos hasta las rodillas en el agua. Ni siquiera hay prevista una larga jornada en barco remontando uno de los principales afluentes del Amazonas, el impresionante río Mamoré. No hay organizado un regreso nocturno en el que la luz de las estrellas se refleje en los ojos de los caimanes en medio de un silencio espeso mientras nuestro barco, salido de un cuento de Mark Twain, esquiva los troncos que arrastra la corriente. "Ustedes están acostumbrados", me animaba preguntando a los que llevaban el timón. "Nosotros nunca viajamos de noche porque es muy peligroso. Esta es la primera vez", me respondían ocultos por la oscuridad y navegando a la luz de una miserable linterna después de pedirnos que apagáramos las nuestras porque les distraían. No sé si volveré a ver a sor Geralda, la misionera norteamericana patrona del Santa Luisa.
Vuelvo a Bolivia y lo hago de nuevo con la ong española de los Paúles y las Hijas de la Caridad, vuelvo con COVIDE-AMVE, aunque cambiamos de paisaje, de región y de proyectos. Del 1 al 15 de marzo el padre Diego Plá será nuestro guía, tutor y anfitrión para conocer dos misiones de altura. La de Mocomoco, en la frontera aymara con Perú, a orillas del Titicaca, a 3.500 metros de altitud. Y la misión de Pisiga Bolívar, un lugar de migración en la frontera con Chile, a 4.000 metros de altura. Iremos abrigados y preparados para el soroche. Vuelvo a Bolivia que es la misma y muy distinta.
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