Ser o no ser, esa es la cuestión, que decía Hamlet y escribió Shakespeare, y referido a este momento, permanecer o abandonar la Unión Europea: ese es el dilema que se le plantea al Reino Unido. Es una vieja historia, que viene de lejos: el euroescepticismo. Inglaterra es euroescéptica (no así Escocia integrada en el UK), lo ha sido siempre, ellos se han considerado al margen del continente, aunque fuesen los primeros en enfrentarse al nazismo y en salvar a Europa y no conviene olvidarlo jamás. Su relación con la UE ha sido conflictiva: no estuvo entre los países fundadores y no entró hasta 1973, habiendo sido rechazada su candidatura dos veces, una de ellas por influencia del general De Gaulle. De modo que cuando lo hizo fue por motivos de conveniencia económicos y comerciales, no por un idealismo paneuropeo, que nunca ha tenido. Así que para qué engañarnos.
Inglaterra siempre ha visto la UE como un área de negocios: 500 millones de consumidores potenciales, una zona de expansión de su economía. Y a fe que lo ha rentabilizado, le ha ido bien y le gustaría seguir estando ahí?pero al margen de compromisos para su soberanía política. Todo el idealismo de los padres fundadores de la UE ?De Gasperi, Adenauer, Schuman, Monnet- de abocar en el futuro a una unidad de Europa, en modo alguno es comprendido por la "pérfida Albión". ¿Qué supuso si no excluirse de la moneda única- el euro- y mantener la libra, qué significó estar fuera del espacio Schengen? Es evidente: que aceptan a Europa solo para lo que les conviene.
Y están en su derecho, digo bien, pero nadie debe mantenerse en un club pretendiendo saltarse algunas de sus reglas y beneficiándose solo de sus ventajas. Va siendo hora de que la UE, si quiere seguir manteniendo sus señas de identidad, corte por lo sano: la UE, no Inglaterra. Comprendo, pues, a gente como Boris Johnson, el alcalde de Londres y paladín de la salida de la UK, al menos son políticos que van de cara. Piensan que a Inglaterra le irá mucho mejor fuera, porque creen que la UE despilfarra mucho para nada y su país saca menos tajada de la necesaria, aparte de todos sus argumentos sobre el peligro que significa para la soberanía británica. Me gustan mucho más que David Cameron, el político que desató la tormenta del posible referéndum y ahora defiende la permanencia, porque el paquete que defiende está averiado: privilegia a los británicos que temporalmente no se verán obligados a respetar derechos sociales para los europeos que vayan a vivir o trabajar a partir de ahora a UK.
Los euroescépticos británicos se quejan de que allí van demasiados ciudadanos de países europeos menos desarrollados en pos de las ventajas que supone vivir en Inglaterra. Pero renunciar a esto, en el fondo es cargarse la UE. Para esto, mejor habernos quedado en Comunidad Económica Europea, en espacio comercial para favorecer los negocios de sus miembros, y no saltar a la UE, al ámbito político: ¿para qué Parlamento Europeo, para qué tanta burocracia comunitaria?, si lo único que importa es la pasta.
Claro, no quiero obviar tampoco la errática política de ampliaciones por parte de la UE. Qué hacen dentro países que con dificultad podemos considerarlos plenamente democráticos, por qué se les abrieron tan fácilmente las puertas. La UE se ha ido agrandando con escaso olfato político, a diferencia de lo que sucedió en sus comienzos. Las prisas y los intereses de algunos de los Estados miembros, como Alemania, han sido temerarios. ¿Quién puede soñar hoy con una UE auténticamente democrática si desde dentro hay países que solo apuestan por mejorar su economía y todo lo demás les trae al pairo, excepto engordar a sus políticos que cobran remuneraciones desmesuradas para su escasa eficacia?
¿Se irá Inglaterra, se quedará? El 23 de junio lo sabremos, cuando el referéndum exteriorice la decisión de sus ciudadanos. Ojalá permanezca, pero no a costa de quitar sus esencias a la UE. Y si no apostamos por la unidad, quitémonos todos de una vez la careta y volvamos a la Comunidad Económica Europa. Construir Europa nos está saliendo caro, pero no olvidemos que la UE nació, entre otros motivos, para evitar guerras como las dos últimas europeas, y desde entonces hemos sido un continente en paz. El balance ha sido positivo, pero podría haber sido mejor, si los que la forman compartieran el ideal europeísta.
Marta FERREIRA
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