¿Alguien ha pillado el toque de atención del veinte de diciembre? Si lo han hecho, lo disimulan muy bien. Uno, desde la proverbial ingenuidad, pensaba que perder una cantidad grande de diputados era suficiente como replantearse las cosas. No estoy hablando de un partido solo, sino de varios. El replanteamiento ha consistido en sostenella y no enmedalla y en presiones internas varias.
No cabe duda de la novedad del panorama, que pone a prueba la madurez democrática de nuestros actores políticos. De los tradicionales y de los nuevos. Lo que no se da por supuesto, en casi ningún caso. La opinión pública también para esto exige pruebas fehacientes. Pero el despiste está siendo amplio, o por lo menos eso es lo que se muestra al exterior.
El obtener la mayor de las minorías produce por supuesto satisfacción en quien todavía podía haber conseguido peores resultados. Pero, aplicando el simple sentido común, no permite aspaviento alguno con el argumento de que "hemos ganado las elecciones", porque ese triunfo tiene mucho de pírrico si a las primeras de cambio se debe rechazar la propuesta del Jefe de Estado para trabajarse la investidura como Presidente del Gobierno, con el simple e insulso plan de que "ya volverán a proponérmelo, porque yo sigo siendo candidato".
El quedar en segundo lugar, evitando aún males mayores, a pesar del desastre histórico si se compara simplemente con otros descalabros no tan lejanos, viene compensado con el hecho de estar en una posición más flexible para que otros grupos puedan entrar en alguna sintonía. Pero la posición del líder se parece bastante a una huida hacia adelante, con el motivo principal de procurar su mera supervivencia.
Los podemitas, nuevos en estos trances, con sus sorprendentes acciones y reacciones destinadas a épater les bourgeois, con su habilidad mediática y su dominio del escenario, quieren aparentar que cortan el bacalao, aunque con escasos instrumentos reales. Uno no cree que les convenga tanto trabajar con el objetivo escasamente oculto de aumentar sus fuerzas en unas próximas elecciones.
No parece discutible, por otra parte, el bluf de los riveristas, que pagaron el precio de una rápida improvisación en su estructura nacional, que metió en su seno a tirios y a troyanos, algunos de los cuales se despacharon con declaraciones bastante raras. Se beneficiaron de los descontentos de centroderecha, pero ni de lejos alcanzaron las posibilidades que los medios les predecían.
Los nacionalistas deberían haber tomado nota ya de los resultados mayoritarios en sus respectivos territorios. No parece razonable iniciar con seriedad episodios secesionistas, con tan lábiles apoyos y, sobre todo, con tan grandes manchas de corrupción como las que se están viendo. Ay, la corrupción?
No sería justo dejar de nombrar a Garzón, asentado en su posición de yerno ideal que cualquier progre quisiera tener, pero al que le toca jugar en el alambre de una cada vez más pequeña jaula de grillos, dicho sea iocandi gratia, y con todos los respetos para formaciones políticas importantes en la historia contemporánea de este país.
Desde este modesto guindo, visto el panorama general, uno deduce unas pocas e ilusas conclusiones. Primera: sería un fracaso evidente para todos que se cumpliera la poco inocente profecía de nuestro Presidente gallego, que ha ido a informar al Consejo Europeo sobre lo que ya todos sabían, a poco que se hayan molestado en bucear algo por internet. No sería serio llamarnos de nuevo a las urnas, para lograr lo que se anuncia como algo muy parecido a lo que tenemos. Y segunda, y bastante más importante: a ver si entre todos nos centramos -podemitas y periodistas incluidos- y en lugar de amagos, pirotecnias y vehemencias, tomamos nota -no sólo cara a la galería- de lo que con claridad el cuerpo electoral ha demandado, que es una amplia, generalizada y profunda regeneración política? y por supuesto moral.
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