"Roma eterna" es uno de los slogans que se escuchan con frecuencia; Roma ciudad eterna, si se le da un cierto sentido religioso cristiano. En ella se encuentran restos de todas las épocas conocidas, con lo que da la impresión de que por ella no pasa el tiempo.
Acabo de pasar doce días realizando un cursillo misionero en la Ciudad Santa, justo al lado del Papa Francisco. Estudié aquí cuatro preciosos años realizando la licenciatura y el doctorado en Misionología en la prestigiosa Universidad Gregoriana de los jesuitas.
En el tiempo que estuve por acá, tuve la impresión de que Roma es la capital del mundo: por el número de estudiantes de todos los continentes que realizan aquí sus estudios, sobre todo de carácter eclesiástico o para eclesiásticos, seminaristas o sacerdotes, religiosos y religiosas, y cada vez también más laicos. Pero, sobre todo, es una riada continua de turistas y peregrinos, procedentes de todos los países del mundo. Es mucho lo clásico que ver, y es mucho lo religioso que disfrutar, por supuesto para los cristianos, pero también para los curiosos e interesados que profesan otras religiones o que se confiesan sin ninguna religión.
Los italianos conocen muy bien estas realidades y no sólo no las dificultan sino que las favorecen, porque saben que en ellas se apoya una buena parte de su producto interior bruto, en el orden económico, y también se mantiene y acrecienta la atrayente imagen de Italia, de sus obras de arte y de sus tradicionales manifestaciones religiosas.
Hay momentos en los que crecen de manera espectacular las peregrinaciones romanas. Ya se tuvo un momento extraordinario con ocasión del Jubileo Extraordinario convocado por el Papa Juan Pablo II para el tránsito de siglo y de milenio en el año 2.000. En esta ocasión, el Papa Francisco ha convocado otro Jubileo verdaderamente Extraordinario, llamado Jubileo de la Misericordia. Parece que el tema y la ocasión no aparecen tan extraordinarios en si. Y quizá la crisis económica no propicie los viajes y peregrinaciones.
Pero resulta que la atracción está ahora en la misma persona que convoca, el Papa Francisco. Y circunstancias anejas colaboran a acrecentar el número de los peregrinos que acuden a Roma. Por supuesto, el hecho de que el Papa se llame Francisco y de que haya dedicado una interesante encíclica al tema de la defensa de la naturaleza, alienta a acercarse o otro interesante lugar de peregrinaciones como es Asís, cuna y sepulcro del santo de la pobreza, el reformador originalísimo de la Iglesia en su propio tiempo. También nosotros tuvimos el gozo de viajar a Asís y empaparnos allí del espíritu de santidad de Francisco y de Clara, la promotora del espíritu franciscano para mujeres.
En estos días de nuestra estancia en Roma, ha sido continua la afluencia de peregrinos que vienen a atravesar la puerta del Perdón, en este caso de la Misericordia. El día 2 de febrero se clausuraba con una solemne Eucaristía el año de la vida consagrada, y asistían en la Basílica de San Pedro de cinco a seis mil religiosos y religiosas que acudían de las diferentes partes del mundo. Un buen número de ellos tuvieron que seguir la misa en grandes pantallas en la misma Plaza de San Pedro. Al final el Papa tuvo una de sus amables genialidades saliendo expresamente a saludar a los que tuvieron que quedarse en la calle.
Pero ha sido el fin de semana el que ha contribuido a acercar verdaderas riadas de peregrinos. Se trata de que en ellos, en esos días, se han traído y mantenido en la Basílica de San Pedro los restos del, reconocidísimo en Italia Padre Pío, franciscano capuchino, de santidad reconocida ya en vida, incluso por el Papa Juan Pablo II. Las riadas de gente que querían ver y rezar al Padre Pío han sido verdaderamente extraordinarias, tanto que obligaban a guardar colas hasta cuatro horas.
Nosotros, diez delegados de Misiones de España y otros tantos de América, no habíamos acudido a Roma con ocasión del Año Santo, aunque lo hayamos aprovechado atravesando la Puerta Santa. Y aunque lógicamente hayamos asistido a la interesante audiencia que celebra los miércoles el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, siendo expresamente mencionados entre los grupos asistentes.
Hemos venido para seguir lecciones y reflexiones sobre el ser y la actuación en todo el mundo misionero de las Obras Misionales Pontificias, bajo la dirección de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que gobierna autónomamente 1.111 diócesis o territorios de misiones, algo más del diez por ciento de toda la Iglesia.
El Papa Francisco nos espera en esta santa ciudad. Y el Jubileo de la Misericordia es una buena ocasión para acudir. ¿Por qué no aprovechar la ocasión y largarse a hacer una visita-peregrinación a la ciudad de Roma? Nadie se arrepentirá.
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