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En recuerdo del Marqués de los Ingenios Don Camilo José Cela
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CONTRIBUCIÓN AL CENTENARIO

En recuerdo del Marqués de los Ingenios Don Camilo José Cela

Actualizado 09/02/2016
Fernando Robustillo

Francisco Umbral, entrañable amigo de Cela, casi la única persona a la que don Camilo, en su desmesura, abría la puerta de la sinceridad, contaba en cierta ocasión que, al visitarle, éste le recibió tal como le gustaba andar por casa, con su descansada tr

[Img #551834]Seguía con su alocución, pero nos parece un carnaval innecesario y no tenemos necesidad de reproducirlo. Sin embargo, como ya hemos dicho, tratándose de Umbral, Cela no se quedaba en la superficie. En aquella misma conversación Cela le decía: "Mira, Paco, yo siempre he pedido perdón por disfrazar de crueldad la ternura". Palabras dignas de un Nobel.

Pero tal vez no le creíamos o tal vez sí, pues sus perdones quizá estuvieran reservados para su círculo íntimo de amigos, entre los que se encontraba Umbral, ya que a los demás nos dejaba tan divertidamente sorprendidos como el día en el que a Mercedes Milá, en hora de máxima audiencia, le descubrió su capacidad de subir por el ascensor, desde su "garaje", una ingente cantidad de agua. Aquel sí era Cela ejerciendo de Cela, ¡con lo que aquello pesaba!, un Cela que se había impuesto la tarea de novelarse. (Alguien habrá que la lleve al papel).

Pero no nos pidan que de aquí pasemos a repasar su obra, pues a un Premio Nobel y además Cervantes, trabajador incansable, que llevaba por bandera "el que resiste, gana", le respetamos tanto que nunca osaríamos simplificar sus quehaceres para remate de un espacio como el presente. Grande Cela. Este año es su centenario, el centenario de su nacimiento, y toca hablar de la persona, del trasgresor, de su descarada manera de entender la vida, de ese superviviente vaqueteado y con tal peligro, que si tenía un periodista cerca, éste corría el riesgo de recibir alguno de sus vapuleos dialécticos, sarcasmos que en Cela nunca chirriaban: "¿Por qué me pregunta usted esa mariconada?". (Al ser esto un anacronismo, creo que hoy diría "mariconada, con perdón").

No obstante, don Camilo era consciente de que ese era el Cela que gustaba, el mismo que entretenía por televisión a la audiencia de Jesús Hermida, donde le acompañaban una cohorte de intelectuales heterodoxos que sin atropellar, ¡qué placer!, para hoy los/las quisiéramos en las futiles tardes de los "sálvames" o de los "polideluxes".

Toca hacerle justicia, y aunque a él no sé si le gustaría que lo dijéramos, también Cela tenía alma, un alma que fue enmascarada por su tremendismo. Lo explicamos con un ejemplo: En el nonagésimo noveno cumpleaños de don Ramón Menéndez Pidal los compañeros de la Academia y otros intelectuales de la época le hicieron un homenaje, ocasión que al no poder estar Cela presente, lo estuvo de otra manera, es decir, del modo más singular: uniéndose a la celebración con la delicada forma de hacerle llegar noventa y nueve rosas. (Y en eso también fue tremendista. ¿No habría bastado con media docena?).

Pero ya Umbral ?acudimos a él nuevamente porque no habría nadie mejor para enjuiciarle? hablaba de las exageraciones de su amigo, de quien diría que siempre hacía las cosas de tres en tres: tres huevos fritos, tres botellas de vino, tres polvos, tres frases perdurables... Un ejemplo: "Yo, cuando la guerra, no me pasé antes al bando de Franco porque estaba esperando a ver quién ganaba...". Y lo dejaba así para que los demás lo pasaran bien o sacaran sus conclusiones y, si no, le daba igual.

Luis Otero, periodista todoterreno, más próximo a entrevistar a la farándula que a la intelectualidad, pero sin renunciar a ésta, en un libro de entrevistas le preguntaba a Cela si en caso de peligro de muerte llamaría a un sacerdote. Como nunca dejó de ejercer de gallego, a pesar de vivir la mayor parte de sus días en Madrid o Palma, Cela le contestó con esta gallegada: "¿por qué está usted tan preocupado por la salvación de mi alma?".

Al ser Otero un hombre avezado, con oficio, no tardó en rehacerse y le sacó a don Camilo esta confesión: "Mire usted, de mí se ha dicho de todo, desde que era un genio hasta que era un cretino. Como usted comprenderá, por lo menos uno de los dos se equivoca y es posible que se equivoquen los dos. Ya se dijo todo, así que qué más da lo que digan los críticos. Se han dicho tantas mentiras sobre mí... pero no me dolió ninguna porque yo las tomo todas a beneficio de inventario". A la postre, aquel Cela vitalista, inexorable admirador de Quevedo, siempre convencía con su sobriedad a pesar de ser un fabulador irredento.

Le comentaba el mismo periodista sobre el beneplácito de las varias calles a su nombre: de una estatua en Elche, una lápida en su casa de Iria Flavia y hasta de que hablaban bien de él...

Como si anduviera con las respuestas adelantadas a las preguntas, tal que una enciclopedia, Cela responde: "Todo esto me da un miedo horrible, sí, sobre todo que hablen bien de uno. Yo entré en la Academia muy joven, a los cuarenta años, y al día siguiente de haber leído el discurso de recepción, cuando me estaba afeitando delante del espejo, me quedé mirando para mí mismo y me dije: 'Coño, Camilo José, ten mucho cuidado, porque si te lo crees te conviertes en un gilipoyas'. El peligro es creer que uno ha llegado, uno no llega nunca a nada, más que al cementerio".

Pero como no nos queremos quedar con estas últimas palabras, puesto que don Camilo José Cela está muy vivo en la Literatura, antes de finalizar este humilde homenaje, vamos a dejar aquí aquella hermosa poesía sobre Salamanca que fue sacada del alma por un gran prosista como él:

Plaza Mayor de Salamanca.

La losa en el santo cielo,

la mano sobre la mano

y, en el aire, la palanca

del corazón: un hermano

que sabe de teologías,

de latines, fantasías,

poesías,

amor y filosofías.

¡Cómo brillaba la tarde

sobre los altos tejados

donde arde,

negra, la melancolía!

La losa en el alto cielo,

la luna en el santo suelo

la mano sobre la mano

y en el corazón hermano

?sangre fiel?

el cielo de don Miguel.

Fernando ROBUSTILLO

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