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Los carnavales, carnestolendas, antruejo
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Los carnavales, carnestolendas, antruejo

Actualizado 05/02/2016
Eutimio Cuesta

De tres maneras distintas, se nombran los días de asueto, que preceden al miércoles de ceniza. Los salmantinos, antiguamente, preferían decir antruejo, e incluso, en algunas aldeas rayanas con la frontera portuguesa, solían nombrarlo "antruydo", pero ambas voces tienen un origen común y latino. Su raíz evidencia el inicio de muchas manifestaciones creativas y culturales; la propia misa comienza por el "antruydo" "antruejo". La [Img #541407]palabra antruejo (antruydo) viene de la voz latina "introitus", introito, el introito de la misa o también la entrada de la Cuaresma. La palabra antruejo fue tan importante, que se incluyó en los Estatutos de la Universidad de Salamanca, porque los días de antruejo estaban señalados en el calendario escolar, como días de vacar, no había clase, sobre todo, el martes de antruejo; y la expresión "martes de antruejo" se convirtió en proverbial, como sinónimo de día de jolgorio, de banqueteo y de francachela.

Y la sociedad moderna prefiere utilizar el término carnaval. Carnaval es una palabra italiana (carnevale), que, a su vez, también tiene procedencia latina "carnem levare", quitar la carne; aviso de que, durante la Cuaresma, no se permitía comer carne.

Pasando al campo de lo jocoso. El carnaval tiene mucho de teatral, nos alarga hasta los tiempos en que se celebraban las fiestas en honor de Baco, dios del vino; en una de ellas, un individuo, llamado Tespis, apareció con su coro de hombres disfrazados de machos cabríos, cantó poemas satíricos y representó alguna farsa rudimentaria con cierta chispa socarrona. Y leyendo este trozo de historia, me llevó a la conclusión de que nuestro carnaval no es más que una prolongación de las fiestas griegas en honor del dios Baco: hay máscaras, chirigotas y retazos de farsa. Y, como antaño, buscamos un pretexto para reír y satirizar aquello que nos gusta y nos disgusta.

Tradición que viene de largo, y que recoge Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en "El libro del buen amor" (siglo XIV); nos lo cuenta en un pasaje que él titula "La batalla de don Carnal y doña Cuaresma". Este enfrentamiento se repetía cada año, cada siglo; hasta que llegó la modernidad, que ha conseguido que ambos (don Carnal y doña Cuaresma) se sienten en una mesa, hablen, se entiendan, enmienden enfrentamientos pasados y se estrechen, por siempre jamás, la mano de la concordia. Ambas partes han reconocido que la fiesta y la penitencia, el amor profano y el amor divino y el disfrute y la mortificación son compatibles, pero dentro de los límites de la cordura, del respeto mutuo, de la moderación y de la buena conducta. Con este compromiso, firmaron la paz, y, hoy, conviven y se viven tanto la costumbre de uno, como la tradición ritual de la otra, manteniendo, como debe ser, los dictados de la raigambre.

Con esta premisa, ya no tiene que ayunar cuarenta días y cuarenta noches la dulzaina de Pachulo, recluida en el desierto de su funda durante los domingos de Cuaresma; ni es necesario comprar la bula de la Santa Cruzada para poder privarse del ayuno y de la abstinencia; ni existe la obligación general de asistir a la catequesis y al sermón del padre cuaresmero todos los domingos de Cuaresma; ni hay que registrarse, como precepto, de haber cumplido con Pascua; ahora todo se cumplen libremente, quizá con más convicción, pues ya no existe la imposición. Ahora la alegría y la penitencia se hermanan, siguen con la misma complicidad, con la misma sinceridad, porque no tienen por qué enfrentarse el mundo profano con el mundo espiritual, cuando los dos son componentes de la persona: "cuerpo y alma". Lo dice el Evangelio: "Al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios", pero en estrecha armonía..

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