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Miligramos de vida
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Miligramos de vida

Actualizado 02/02/2016
Ana Higles

Hay gente a la que le sucede algo extraño cuando, de repente, no tiene nada que hacer.

Normalmente, suele ser gente de esa que pasa su vida tremendamente atareada, buscando un hueco entre las hojas de su apretada agenda para salir a la superficie, tomar aire, quejarse un par de veces de lo rápido que se les escapa la vida y volver a un maremoto de tareas que parece no tener fin.

[Img #305199]Esa gente, precisamente, es la que no sirve para caer en el hastío. Alguna vez, en una de esas revistas pseudo científicas con las que los dentistas se empeñan en despistar de nuestra mente la idea instintiva de salir corriendo de la consulta, María había leído que el aburrimiento era la fuente de la eterna juventud en cuando a lo que a creatividad se refería. Para imaginar, había que disponer de un tiempo en que la mente no supiese qué nueva tarea emprender.

Lo que le sucedía a María, y a toda la gente que como ella pasaba veinticinco horas al día entregada a su trabajo, era que como no tenía planeado dejar de trabajar un solo segundo, cuando lo hacía se sentía una completa incompetente. No sabía cómo no hacer nada. Tenía la molesta sensación de que perder el tiempo iba unido a perder la vida y la vida, eso se lo había enseñado muy bien su madre, era algo valiosísimo. Imperdonable perder un solo miligramo de ella.

Pero sin embargo, el señor que salía en la revista sentando cátedra sobre los mil beneficios de entregarse al aburrimiento parecía tan convencido de su genial aportación al fomento de la procrastinación nacional, que daba algo de coraje llevarle la contraria. Aunque fuese mentalmente.

Cada vez que alguien le decía que la vida no era solo trabajar, María recordaba la cara de aquel señor de bigotes negros, reducida a una cabecita del tamaño de una uña por un editor gráfico que había decidido que pareciesen personas asomadas a una de esas postales de feria.

Aquel 20 de abril, como ya le habían anunciado los Celtas Cortos, cuando llegó a su casa después de haberse sentido incapaz de encontrar la solución a un problema de verdad, de esos que cambian-arrebatan-rompen vidas ajenas, María sintió que muchos miles de miligramos de vida se le estaban escapando del cuerpo día a día. Y se propuso cambiar de vida. Para empezar, le daría una oportunidad a la imaginación que brota del aburrimiento.

El día que recibió su carta de despido lo primero que pensó fue que el destino había hecho demasiado caso de sus pensamientos absurdos. Quizás había conseguido sintonizar sus vibraciones con el Universo. Quizás alguien quería cobrarse algo. Quizás todo era una broma. "A lo mejor si le doy la vuelta a la hoja pone SORPRESA", pensó María mientras comprobaba que el folio pintaba su futuro tan negro por delante como por detrás. Incluso al trasluz.

Recogió sus cosas, echó un último vistazo al que había sido su centro de operaciones y el largo pasillo que tantas veces había recorrido la condujo a la libertad obligada. Al aburrimiento. El taller de imaginación. La vida.

Imagen: L. kabuki

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