Creación

De la nada surgen cosas. Está más que demostrado. Ya lo dicen las primeras líneas del Génesis y los teóricos del Big Bang. Que antes de eso hubiera algo, entremezclado con la nada, es materia de larga discusión que no vamos a solucionar hoy en esta página, por mucho que a uno le atraigan los misterios de la ciencia, y hasta los de la teología, pasando como es obvio por los de la metafísica. Pero desde una visión más práctica puede afirmarse sin recelo que de lo poco puede salir mucho y desde la nada ?siempre que no sea estricta- pueden originarse grandes creaciones, siempre con gran esfuerzo.

Con un hilo y un ganchillo se van entretejiendo palmos y palmos de encajes y finas randas, con paciencia y gran rigor. La disciplina espartana es ingrediente insustituible; como lo es la habilidad del autor, o lo que es más probable hasta ahora, de la creadora que entretiene sus largas tardes de invierno desgastando la vista en su minuciosa labor. El resultado puede ser de maravilla y digno de grandes palacios, como tesoro singular de los hogares humildes. De hecho en mi lejana tierra no había casa donde no se dejara por lo menos una habitación solemne para lucir los antiguos muebles heredados y las telas enhebradas con pretensión de futuro.

Sin ir más lejos, hace un rato el que suscribe se hallaba ante una hoja en blanco y se veía abrumado por la necesidad de mancharla de formas con algún sentido. Los símbolos se van sucediendo, nunca con la velocidad que uno quisiera. Se van hilando frases infectadas de gerundios, y así a duras penas se completa la intención. A veces con más fortuna, y otras con la mollera exhausta por tratar de razonar. La inspiración inasible mete a veces de rondón rimas inesperadas y desde luego inconsentidas, en lo que debiera ser sólo prosa, diáfana y convincente.

En estas plácidas divagaciones estábamos, confiados en que la cosa pública estuviera en manos sagaces y que en cualquier amanecer de estos nos pillara la noticia de la alineación de los astros, propicios al bienestar común y a los éxitos pedestres. Sabemos, sin embargo, que las rancias hidalguías mesetarias y los viejos fueros peninsulares no dan para elegantes sutilezas, al contrario que en Italia o Bélgica, por dar ejemplos concretos, donde fue en su día comprobado que se puede estar bien a gusto sin gobierno ninguno, y hasta que cierta disimulada anarquía puede ser bastante buena para la compleja conducción de los asuntos del país.

En fin, que en esas estábamos, cuando por una aviesa trampa tendida a un hombre sencillo ?bastantes dirían que hasta demasiado- nos enteramos de que las puntillas nacionales hace tiempo habían sido dejadas en el cesto de labor, al albur de los tiempos, del paso de las semanas y de los días, y sin intención alguna de entrelazar conversaciones, de tantear posibilidades, de emitir buenos deseos, aunque fuera de esos que salvo afortunado error en los cálculos artilleros, se los llevará el más leve de los vientos. Ni eso.

Si era así respecto a la cuestión catalana, nada sorprende ya en el sainete general. Se nos da bien la brocha gorda e incluso el arte de Cúchares, con espantadas incluidas, de esas de ahora no, pero luego quizás sí. Y aquí estamos, con nuestra proverbial ingenuidad e ilusión irreductible, esperando que haya más de uno capaz de enhebrar argumentos, cesiones y ambiciones, por lo menos con el fin de probar que se sabe manejar con habilidad el arte de la política, más allá del plasma o la pirotecnia, persuadidos como estamos de que, con paciencia y denuedo, de la nada surgen cosas.