De su poemario 'Del desieto de la luz'
La ciudad de David ya está a oscuras
y en el valle maldito de la Gehenna,
se despiertan abismos, espíritus de muertos.
Sé una de las jóvenes que tornan,
ascendiendo en fila por la escala de piedra,
con aceite en su lámpara,
con su lámpara ardiendo brotando de lo oscuro.
Allá abajo la noche ya rueda por los montes morados,
pero en esta ciudad tiene que haber
una morada en paz y que dé paz.
Verás que en esa casa hasta lo que es más duro
(las piedras), llegará a dormirse dulcemente
encima de tus ojos.
Quédate aquí, no partas en la noche,
pues hay en la ciudad sagrada una morada
en la que, siendo noche, luce el día
a la hora en que tiemblan en círculo sereno
las llamas de las lámparas,
los ángeles de fuego.
Habrá llegado al fin ese momento
de que sea el silencio y no la sangre
lo que discurra por las venas ciegas,
lo que aún hará más dulce el canto
o el concierto de los cuerpos.
Quédate aquí, no partas en la noche
porque detrás de estos sombríos muros
tiene que haber una morada tierna
donde, callando en la quietud suave,
se nos entregue todo
en el momento de cerrar los párpados,
en el instante de apagar las lámparas.
Dentro de esa morada puede haber una estancia
que quedará en penumbra
y que, aun siendo de piedra, se pondrá a girar
como música en torno de los cuerpos
ebrios de plenitud.
Quédate aquí, no partas en la noche,
no te pierdas deprisa por senderos rocosos,
pues si sigues bajando llegarás al campo de la sangre del ahorcado.
Todo lo que buscaste inútilmente a lo largo del día
por este laberinto de signos
y de símbolos de la ciudad antigua,
lo encontrarás seguro si te queda
sa oír en el silencio una música
que no se oye, la marea silente
que se lleva a los cuerpos, que los va extraviando en su ebriedad,
y luego los retorna a su centro.
Escúchame: espera que te diga las palabras
que mereces, sin que abra la boca,
sin que mueva los labios.
Será esa morada que te espera
la que desvelará el último misterio
que de tan lejos viniste a buscar.
Deja que vuelvan a su mudo origen
los sentidos, los gestos que no salvan de la herida
de vivir en los límites, de un vivir sin vivir.
Que retorne a sí mismo el corazón
para acallarse y para acallarnos.
No bajes hacia el valle de los muertos
que dicen estar vivos: allí está ?en el lugar
de los estercoleros? la traición,
el territorio del poder malsano
de las tinieblas.
Quédate aquí, no partas en la noche:
se encenderán las lámparas,
lucernas del olvido, y se irán deshaciendo
las penumbras del vano pensamiento.
No busques en la noche lo que tienes
en tu interior, posado en la palma tendida
y abierta de tu mano,
con la que ya me estás diciendo adiós.
Quédate aquí, no partas en la noche: oirás
cómo dentro de ti y de la piedra brama la luz.
(De Desiertos de la luz)
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