Las palomas que excretan en las fachadas no representan la paz ni el santo espíritu.
La familia columbidae, sobre todo las palomas bravías o domésticas, nada tienen que ver con los cantos de paz, concordia y bienestar que representan, aunque no falten doctrinas a santificarlas manteniéndolas en vuelo permanente sobre los altares, iluminando con lenguas de fuego las cabezas de los seguidores, porque no merecen semejante honor y privilegio.
Hay palomas "bobas" que han emigrado desde el caribe a los rancios páramos esteparios; "celebianas", viajeras Indonesias que andan ahora entre las páginas de las hojas parroquiales abanderando celibatos, continencias y purezas carnales trasnochadas; "tamborileras", pluriempleadas en manifestaciones de charanga y pandereta, que han huido del Sahara a las pancartas episcopales; y "azules", propias de selvas tropicales que han dejado los cursos de agua natural para estancarse en las pilas bautismales.
El carácter ácido de los excrementos que las palomas depositan donde se les antoja, deteriora las fachadas monumentales, obstruye los canalones, ensucia la ropa y produce goteras. Además, estas aves, por muy espiritualmente santas que sean, transmiten enfermedades como la coriza, cuyo síntoma principal es la aparición de una coraza contra el sentido común, que las protege del destierro. Finalmente, los nidos donde se reúne la familia columbidae son fuente inagotable de ácaros, piojos, pulgas y garrapatas, por lo que en algunos países está prohibido alimentarlas.
La idílica imagen de las palomas volando sobre el cielo, está dando paso a una realidad menos poética, porque son pícaras, desaseadas y maleducadas. Cautivan con su vuelo a los ingenuos y despistan a los ciudadanos que las alimentansin percibir el daño que causan en ciudades monumentales como Salamanca, blanqueando de excrementos la belleza de nuestras fachadas.
Son las palomas vertebrados que se vertebran en estructuras mentales anquilosadas y viven en simbiosis parasitaria propia, apoyándose mutuamente para protegerse del enemigo común: las punzantes agujas que pretenden evitar los residuos que expelen en la filigrana plateresca.
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