Tal vez

Se han creado corrientes retorcidas para manejar el corazón de las personas, han manipulado en vano la palabra amor, han conseguido se adore a becerros, aupando hasta el poder al que roba, al corrupto, a tiranos y pasan la vida lavándose las manos como Poncio, justificando lo injustificable.

Parece que la semilla de la cizaña es la que agarra, la del odio, la de la venganza, y no la del perdón, la de la comprensión, la del amor.

No podemos permitir que el mundo lo dirijan los que no tienen escrúpulos, los que solo les importa su riqueza a costa de explotar al débil, a costa incluso de la vida de los que no saben ni pueden defenderse, de los incautos, de los enfermos negándoles sus medicinas, o permitiendo que los buitres de los banqueros se apropien de sus hogares, consintiendo que demasiados encuentren la salida a tanta injusticia en el suicidio, no permitamos que miles de ciudadanos fallezcan sin recibir la ayuda que por Ley les corresponde, no seamos cómplices de quien ha propiciado el crimen y la rabia.

Somos muchos los que buscamos la Paz que aún tiene luz, es necesario que gritemos cada día como el que escucha el ruido del disparo, no nos conformemos con detonar el grito, no admitamos el fracaso y la desesperanza, que nada se discuta con las armas, ni que la muerte sea excusa o garantía para librar al hombre de otros hombres, ni que la fuerza se imponga a la cordura.

La Alberca

No animemos a los que se han olvidado de la palabra amor, la palabra libertad, la palabra igualdad, la palabra fraternidad, o la palabra solidaridad, no abramos la puerta a la fiera de las pesadillas, de la destrucción, del frio, no disfracemos al ogro de los cuentos para que parezca más tibio e inocente, hay que desenmascarar a aquellos que negocian el precio de la vida, a los que ahuyentan el sueño de los débiles, y a aquel que declara la renta de sus balas.

Nunca juzguemos al hombre que saneó su juicio, ni admitamos eufemismos ni chantajes, no calculemos la angustia que separa al relámpago del trueno, al grito de las bombas, a la muerte del sueño y de la luz.

No admitamos a las mentes oscuras y mezquinas, que al margen de la Ley (nuestras leyes no contemplan la pena de muerte), sin embargo buscan la muerte por venganza, propiciando y avocando al suicidio intencionado o provocado sin el más mínimo análisis de la razón, de la valoración, de las diferencias, exentas de piedad y de justicia.

No valoremos la Ley del "diente por diente y ojo por ojo", "mismo delito, misma pena," sin contemplar si es hombre o mujer, si fue con alevosía o no, si es joven en edad de encontrar el amor, o mayor que ha vivido y está llegando a su fin, sin tener en cuenta todas las consideraciones necesarias para ser justos en la pena.

Esperemos que un día el corazón del hombre no se pudra, y se haga tan dulce como un beso, que la vida no cierre sus puertas al tiempo, por defunción o miedo.

Tal vez los hombres y mujeres que soñaron dormidos una madrugada, no pierdan nunca la esperanza. Tal vez no pierdan nunca las palabras. Tal vez no pierdan. Tal vez no. Tal vez.

Andrés Barés Calama