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Ha llegado la hora de la concordia
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Ha llegado la hora de la concordia

Actualizado 04/01/2016
Francisco López Celador

Ya que ocupamos un espacio de opinión, es de ley que cada uno emita siempre la propia, sin ambigüedades y con la verdad por delante. Es por ello que nunca he dejado de exponer mis ideas, no para imponérselas a nadie, sino para hacerlas públicas respetando las ajenas, porque esa es la grandeza de la democracia, que todo el mundo pueda manifestar públicamente su forma de pensar, primero sin tener que avergonzarse por ello y, a continuación, respetando y defendiendo la ajena, aunque sea diametralmente opuesta. Nací en el seno de una familia cristiana y conservadora, escogí la profesión militar porque me gustaba ?no existe ningún antecedente en mi familia- y siempre me he movido en ese ambiente. Con el mismo derecho que yo hay multitud de personas con ideas más progresistas, igualmente convencidas de avanzar por la senda apropiada.

[Img #521888]Uno de los males que sacuden la vida de los españoles es el de haberse movido siempre en ambientes donde se les ha intentado convencer de que "los suyos" son portadores de la verdad absoluta; que "los otros" son unos ignorantes incapaces de llevar ninguna idea a buen puerto. Hemos tardado en aprender que, fuera de aquí, el mundo está lleno de países donde gobiernan gentes con ideas distintas a las nuestras, y también llegan a final de mes. De hecho, donde se encuentra asentada la democracia, los gobiernos se reparten entre conservadores, liberales y socialdemócratas. Con aciertos y con errores, porque no podemos dejar de ser humanos, pero siempre con la intención de mejorar el nivel de vida de los gobernados.

El problema surge cuando alguna de las corrientes que gobiernan ?o pretenden hacerlo- degeneran en algo distinto y distante de sus orígenes. Estas desviaciones siempre ocasionan fuertes desniveles y pérdida de libertades.

Las elecciones del 20 D han dado como resultado una composición del parlamento tan particular que hace prácticamente imposible establecer unas fuerzas "homogéneas" capaces de sacar adelante un gobierno sin sobresaltos. Los diversos intentos de llegar a acuerdos, hasta hoy, han resultado fallidos. Todo el mundo pretende anteponer condiciones ?cosa lógica-, pero da la sensación que, en algunos casos, se busca más la prevalencia del discurso identitario que llegar a un punto intermedio que constituya el primer paso para poner en marcha la maquinaria del Estado. Es cierto que la economía es manejada de forma distinta por cada partido que aspira a gobernar; pero no sólo de economía vive una nación. Existen conceptos como la unidad, la integridad territorial, la lucha antiterrorista, la política exterior, el respeto por ordenamiento jurídico y algunos más, que deben ser consensuados por los partidos que se consideran constitucionalistas. Si con partidos de similares principios no hay forma de poner en marcha un gobierno estable, sólo existen dos soluciones lógicas: nuevas elecciones o una coalición que mantenga los conceptos que hemos considerado elementales. Es la hora de anteponer el bien de España a posibles intereses personales. Experimentos populistas que han demostrado su incapacidad y su fracaso allí donde han actuado, no van a triunfar aquí. Están recientes los pactos que han facilitado el gobierno de algunas instituciones, no a la lista más votada, sino a minorías emergentes cuyos primeros desvelos han sido dar rienda suelta a sentimientos de revanchismo trasnochado, o emprender verdaderas campañas de acoso contra símbolos, creencias y costumbres arraigados en la mayoría de españoles. Echar por tierra los inequívocos logros alcanzados hasta hoy es de personas irresponsables. Siempre es mejor, visto lo visto, no intentar aventuras peligrosas que tener que arrepentirse de ellas, después de un seguro descalabro. Basta observar la marcha del Ibex 35, a partir de las elecciones de mayo. ¿O es que preferimos correr la suerte de Venezuela, Cuba, Irán, Corea del Norte, etc.?

Cuando lo que está en juego es el porvenir de los nuestros, hay que dejar de lado las preferencias personales y caminar del brazo de quien no piense como nosotros, si con ello empujamos en la misma dirección. Yo nunca he votado a ningún partido progresista, pero, si me garantizaran que haciéndolo conseguiría mejorar la situación actual de España, no dudaría ni un momento en cambiar de voto. La grandeza política se demuestra pensando en el bien de todos, no en el propio, ni en las ansias irrefrenables de alcanzar el poder.

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