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Para renacer con tus palabras
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Epílogo de 'Conversaciones íntimas con Santa Teresa'

Para renacer con tus palabras

Actualizado 03/01/2016
Quintín García

[Img #473229]

Al fin, tras larga cháchara, vuelo

bajo de ave migratoria

hacia el Enigma, fatigado

de mis propios lamentos, silabeo

el amargor de nuevas orfandades: qué poco

dicen las palabras, cómo

sólo nos visten parte

de nuestras desnudeces y entrelazan

las orillas diferentes sólo con levísimos

hilos de araña, caedizos.

Pero

a la vez, sólo las palabras

arrancadas de la carne ?como

lo fue del mármol el Moisés

de Miguel Ángel? salvan

la abisal distancia entre la Orilla otra

y ésta. Es puente levadizo, escala,

luz que desteje el caos y abre

los caminos, la palabra. Porque fue

la Palabra en el principio, antes de que

la carne fuera edifi cada, trascendida.

Sin embargo no todas las palabras

participan igual de los fulgores. Como

las mías, sin canto, a pesar

de la cadencia ?artifi cio

y pasión? con que la lengua

se afana. Todo ha sido

audaz atrevimiento. Apenas

un zumbido de mosca cojonera en pos

de su Semblante, un balido de niño,

un aleteo torpe encelado

en tu alto vuelo, paloma

mensajera, sabia

Teresa de Jesús.

Por eso, mejor, dínoslas

tú de nuevo, tus palabras

engendradas de luz y dardos, antes

de terminar esta andadura de invidente,

de famélico que se muere de sed.

Dínoslas tú más despacio quizás, en más

tenue arrullo y confi dente, para que

nos regresen a las calladas

oquedades de la carne, al seno,

templo visible de veladas luces

y de sombras donde habito. (Bajan

hasta el lecho de mi río los jirones

del ocaso.)

Para renacer

con tus palabras, Teresa, a ese

alto estado, sobrio,

de aquietada ebriedad: desvelar

cada uno de los nombres

con que nombras

su Silencio. Y allí,

al fi n, ver:

«Veía un ángel

cabe mí, en forma corporal,

hermoso mucho, el rostro

tan encendido, en las manos

un dardo de oro largo...

que me parecía meter por el corazón

y me llegaba a las entrañas...

y me dejaba abrasada toda

en amor de Dios».

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