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El Obispado recuerda los frutos del Concilio Vaticano II
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50 años de la clausura

El Obispado recuerda los frutos del Concilio Vaticano II

Actualizado 01/01/2016

"Hoy este Concilio hay que proponerlo a las nuevas generaciones más que nunca", señala Tomás Durán , Vicario de Pastoral

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En diciembre de 1965, con una Solemne Eucaristía, el Papa Pablo VI clausuraba el Concilio Vaticano II. Lo había convocado y comenzado Juan XXIII con aquellas hermosas palabras:"En un momento de la Liturgia resuena su nombre: Lumen Christi. La Iglesia de Jesús, desde todos los confines de la tierra, responde: Deo Gratias. Como diciendo: Lumen Christi; Lumen Ecclesiae; Lumen Gentium. ¿Qué es en realidad un Concilio Ecuménico, sino la renovación de este encuentro con Cristo Resucitado, Rey Glorioso e Inmortal, radiante para toda la Iglesia, para salvación, alegría y esplendor de todo el genero humano?"(Juan XXIII. Mensaje al Orbe Católico, 11 Septiembre 1962). Como un "Nuevo Pentecostés", lo definió este Papa bueno. Como aquel primero que con "viento recio y fuego vivo" (Cf. Act 2,2-4), incendió a la Iglesia en la primera hora. No es más que el fuego Pascual de Cristo Victorioso, "lucero matinal? que brilla sereno para el linaje humano y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén" (Pregón Pascual).

Pablo VI fue el gran continuador de la obra conciliar. Cuando preside siendo Papa su primera Sesión, preguntará a la Asamblea: "De dónde sale nuestro camino?, ¿Qué camino hay que andar? ¿Cuál es la meta de nuestro camino?... la respuesta es Cristo. Cristo es nuestro principio, nuestra vida y nuestro fin. En nuestra Asamblea no debe brillar otra Luz sino Cristo, que es Luz del mundo" (Pablo VI. Apertura 2ª Sesión Conciliar).

Cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres Declaraciones, son la gran herencia, en letra y Espíritu, de este Concilio. Hoy es necesario, y los seguirá siendo durante mucho tiempo, volver la mirada al mayor acontecimiento de la Iglesia del siglo XX con memoria agradecida. Es un gran Don de Dios y regalo del Espíritu Santo a su Iglesia, para la humanidad, universalizada, en este Siglo XXI. No es un acontecimiento pasado, es un aliento permanente del Espíritu, para avanzar en el camino eclesial. La "Luz de Cristo", que resplandece en el "rostro de la Iglesia", es un resplandor para el hombre, la humanidad y el mundo de hoy. Para iluminar la aventura humana que avanza entre "gozos y esperanzas, tristezas y angustias", sembrando gérmenes y alumbrando con gemidos. El mayor "signo de los tiempos" es Jesús Resucitado que avanza encabezando su Iglesia, como Señor del Universo, abriendo en el mundo sendas de Verdad, Justicia y Libertad, para llevar a plenitud su Redención. ¿Cómo no ponerse detrás en la fila de esta marcha? En su avance todo es nuevo. Hay que estar atento a sus "indicadores".

Una comprensión poco acertada de la historia nos puede llevar a olvidar el Vaticano II. La aceleración de los acontecimientos parece que hacen olvidar el "ayer cercano", y que los "momentos esenciales", que inauguran una nueva andadura histórica, ya han pasado y no tienen nada que decir. Hoy estamos amenazados de olvidar la memoria histórica, arrinconarla, marginarla y considerar el Concilio como algo "de otra época", "superfluo", "superado". Nos acecha esa gran tentación. Pero lo mismo que el primer Pentecostés sólo se abrió paso entre luchas y persecuciones, este acontecimiento Pentecostal saldrá de su olvido y proseguirá su andadura como sol amanecido e imparable, o como semilla sembrada que irremediablemente brotará. Las nubes, nieblas y los hielos también son necesarios para las cosechas. Hoy este Concilio hay que proponerlo a las nuevas generaciones más que nunca.

En la recepción de estos cincuenta años hay dos hitos que es bueno recordar. Uno de ellos por unas preguntas, el otro por una afirmación. El gran Documento de Pablo VI "Evangellii Nuntiandi", del que se cumplen cuarenta años de su publicación, sigue vivo y palpitante? En esta Exhortación este gran profeta nos pregunta a todos: "Después del Concilio y gracias al Concilio, que ha constituido una hora de Dios en la historia, la Iglesia, ¿es mas o menos apta para anunciar el Evangelio, y para inserirlo en el corazón del mundo con convicción, libertad de espíritu y eficacia?"(EN 4). Y más adelante sigue preguntando: "¿Qué es de la Iglesia diez años después del Concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre para interpelar al mundo? ¿Da testimonio de su solidaridad con los hombres?? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración y pone mas celo en la actividad caritativa y liberadora?"(EN 76). A los veinte años de la clausura del Vaticano II, Juan Pablo II, continuador incansable del legado conciliar, convoca un Sínodo Extraordinario de Obispos en Roma, 1985. En la Relación Final se hace esta afirmación tan actual: Es necesario "conocer el Concilio más amplia y profundamente, asimilarlo internamente, afirmarlo con amor y llevarlo a la vida" (RF nº 5).

Sigamos caminando en esta recepción conciliar. Nuestra Diócesis lo quiso hacer ya en su Sínodo Diocesano (1988-1989). Ahora, con una Asamblea diocesana, quiere renovarse guiados por la "alegría pascual" que tan bellamente trasluce en palabras y hechos el Papa Francisco y que nos llama a la Misericordia como forma de ser y de anunciar el Evangelio al hombre de hoy, como quedó indicado en todos los Documentos del Concilio Vaticano II.

Tomás Durán Sánchez, Vicario de Pastoral

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