Unamuno y Aranguren

Hace setenta y nueve años que Unamuno no pasea por el Campo de San Francisco, y dieciocho años que no vemos en la pequeña pantalla el ingrávido cuerpo esquelético de Aranguren, el mayor heterodoxo cristiano del último tercio del pasado siglo. Pero los pensamientos y vida de ambos siguen hermanados en el recuerdo de todos los que nutrimos nuestro espíritu con sus ideas.

Bilbaíno el primero y abulense el segundo, luchadores contra el misterio, agónicos en la búsqueda de la verdad y tolerantes con todo menos con las dictaduras de Primo y Franco, que los represaliaron y desterraron a Fuerteventura y a California, simplemente por decir lo que pensaban sin pensar antes lo que decían, olvidando que en tiempos de ira y represión los cristianos que les precedieron se ocultaban silenciosos en las catacumbas.

Sus virtudes cívicas les llevaron a defender con vehemencia los derechos y dignidad de las personas, manteniendo intacto su amor a la vida, haciendo frente a los usurpadores desde las cátedra universitaria de Griego salmantina y la de Ética complutense, con tiempo para encabezar revueltas sociales y estudiantiles en 1931 y 1965.

Cultivadores de la juventud, maestros de la palabra, pensadores creativos, leales a sus principios, agitadores de conciencias, heterodoxos, inconformistas, críticos, incomprendidos y con muchas dudas y puntos suspensivos en su fe, les fue reconocido en vida su compromiso intelectual con la sociedad y las virtudes cívicas que acreditaron.

Savater agradeció al profesor de ética su dignidad docente al caminar delante de él por la avenida Complutense contra todo lo "gris" del entorno rodeándoles, mientras pacumbral aplaudía al feo cristiano por llevar su intelectualidad hasta el límite de la fe y ser el mayor finalista de la vida. Don Miguel, en cambio, fue aclamado por todo el pueblo salmantino cuando regresó del destierro y proclamó la República desde el balcón municipal.

Ambos murieron viejos, cansados y desmoralizados, es decir, desertando de la vida por falta de ánimo y de moral para seguir luchando, pero reafirmando su nietzschediana alegría por todo lo que habían vivido, exhibiendo ante todos la grandeza de alma aristotélica exclusiva de los grandes espíritus alejados de falsas modestias.

Pero no todo son coincidencias. José Luis pudo reunir ética y la estética en un puño, como le recordó José María Valverde cuando se fue detrás de él hacia el exilio. En cambio, don Miguel no fue capaz de unir las dos españas porque una de ellas dejó helado su corazón, horas antes de que el año de la barbarie diera su último portazo.

Como profesores universitarios, tensaron el arco dialéctico contra la derecha política, sin advertir que esta intentaría transformar sus flechas ideológicas en bumeranes, para dirigir la trayectoria hacia los aliados de las acusaciones. Pero los manipuladores ignoraban que tal adulteración era imposible porque un bumerán sólo vuelve al punto de partida si falla el blanco, y ellos tuvieron setenta años clavadas las flechas en su coraza, haciendo cuerpo solidario en la historia universal.