Uno no es objetivo cuando habla con pasión sobre aquello a lo que quiere. Y en muchas ocasiones, no somos conscientes del valor emocional y tangible de aquello a lo que queremos, pero que la costumbre hace pasar desapercibido, hasta que lo perdemos.
Estas dos sentencias vienen a ser un prólogo entreverado con una declaración de principios. Hablo con pasión por los paisajes del Tormes, avalado por el enamoramiento hacia sus patrimonios. Estos patrimonios son una rayuela que comienza y termina en su Naturaleza con mayúsculas. Así, la primera visión que tenemos de este río es la naturalística, aquella en que la vegetación ejerce la dominancia sobre nuestros ojos. Si hay suerte, alguna garza en vuelo completara la escena aportando su condición zoológica. Todo ello observado en la distancia, como si de una postal se tratara, porque luego, si nos animamos al paseo por el interior del paisaje ribereño, la escala cambia; el paisajismo pictórico se convierte en romanticismo cuando las brumas o las nieblas acompañan.
Pero no todo es Naturaleza, también esta lo antrópico. Quizás la mejor representación de la obra humana está en los puentes, esa tendencia a comunicar y unir las orillas. Los más diversos y estéticos puentes rayan el Tormes, aunque no falten los que ayudan al "feísmo" como diría Manuel Rivas. Entre los primeros nos vamos del Puente Romano al de Enrique Esteban, pasando por las bellezas rurales del ledesmino, de los hundidos en Monleras, el del Puente del Congosto o el singular puente militar de Almenara, un "Baileys" que parece sacado de la Segunda Guerra Mundial. Al mismo nivel escénico estarían los molinos que transformaban la energía del agua en harinas de pan y guisos. Son rincones sacados de un cuadro de John Constable, pero tan reales como el de Olmillos de Santa Teresa, en Juzbado, donde es tan interesante el molino del XVII, como Donato el molinero, con más de ocho decenios entre muelas.
Tiempo habrá de recorrer en esta columna otros patrimonios del Tormes pues paro aquí en sus bondades, ya que es necesario dar las otras visiones, las que no nos gustan. Gozamos de un río con mejorable buena salud al carecer de industria. Existen episodios de contaminación en distintos tramos, mas solucionables. Pero lo que me indigna son los impactos gratuitos, innecesarios, absolutamente absurdos y recalcitrantes. Les sorprenderá pero hablo del rastro, de ese fenómeno de masas y plásticos que tiene lugar cada domingo. Esa orgía de envases, bolsas y cartones que aderezan el suelo. Esa idiotez de vaguería irresponsable que pare dos mil kilos de residuos terminando cada mes en el río arrastrados por el viento. Luego, unos cientos de metros aguas abajo, turistas y salmatinos repiten esa letanía ¡Pero como esta el rio! Y empieza las culpabilizaciones: la Confederación, el Ayuntamiento, los dos? no entraré a este trapo porque me aburre y ya aprendí que los más útil y menos incinerante es poner soluciones ciudadanas si las administrativas no llegan a tiempo.
Existe una ordenanza municipal que obliga a la recogida de residuos por parte de los vendedores. Sería deseable que la policía municipal se ocupara de su cumplimiento al igual que controla las licencias de venta. Y que los compradores se llevaran estos residuos y los depositaran en los contenedores ejerciendo una sencillo acto de responsabilidad con su río. Algunos pensarán que es un idiotez esto que cuento, pero en una ciudad que vive del turismo controlar estos mayúsculos detalles es clave. Los miles de turistas que nos visitan son el altavoz y enganche de los que vendrán. Y si la imagen que se llevan es aquella de las Catedrales reflejadas en un Tormes sembrado de botellas y bolsas, estaremos perdiendo las inversiones que divulgan la ciudad en marquesinas, spots publicitarios o programaciones culturales. Piénsenlo con detenimiento, observen, pero sobre todo sean parte de la solución. Es su río, es su Patrimonio.
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