La atención del discurso se centra en los recientes resultados electorales y el pulso soberanista en Cataluña (VÍDEO)
Felipe VI se asomó por segunda vez a los hogares de los españoles con el fin de enviar su habitual mensaje de Nochebuena, una de las citas televisivas más tradicionales y esperadas del año. Y lo hizo en medio de un intenso interés tras el resultado de las elecciones generales del 20 de diciembre y tras un año marcado por el pulso soberanista catalán.
Así las cosas, con un panorama político complejo, don Felipe, cuyo papel no es determinante pero sí simbólico, hizo un llamamiento a la tranquilidad, a la unidad y la concordia entre todos los españoles.
Como novedad, este año la grabación del mensaje de Navidad del Rey se ha trasladado al salón del trono del Palacio Real. Tradicionalmente, las palabras del monarca se recogían en el Palacio de la Zarzuela, como ya hizo el pasado año don Felipe.
(Por Antonio Papel)
La democracia florece en apenas un puñado de estados bajo distintas fórmulas; una de ellas es la nuestra, que compartimos con algunos de los países más avanzados y prósperos de Europa: la monarquía parlamentaria. No hay un modelo perfecto, todos poseen ciertas virtudes y son a la vez objetables, pero no cabe duda de que la institución característica de nuestro modelo, la Corona, tiene una indiscutible utilidad, ya que nos proporciona moderación y equilibrio con una profesionalidad admirable justo en los momentos en que tales valores son más necesarios.
Como es conocido, el Rey, que reina pero no gobierna, participa activamente en nuestro sistema en la gestión de los resultados electorales. En virtud de los artículos 62 y 99 de la Constitución, el monarca, previa consulta a los grupos políticos, propondrá al candidato a la presidencia del Gobierno, que después habrá de someterse a la investidura. Y en la hora presente, cuando aún estamos digiriendo apenas los resultados electorales, el Rey ha interpretado perfectamente el sentir popular cuando recuerda en su discurso de Nochebuena que "la cohesión nacional" es imprescindible para impulsar en esta nueva etapa nuestro proyecto común de convivencia, de modo que "lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles".
Es, en definitiva, una llamada a la gobernabilidad y a la estabilidad en la nueva legislatura, "que requiere todos los esfuerzos, todas las energías, todas las voluntades de nuestras instituciones democráticas para asegurar y consolidar lo conseguido a lo largo de las últimas décadas y adecuar nuestro progreso político a la realidad de la sociedad española de hoy". El Rey no ha de entrar en política, obviamente, pero sí es legítima esta llamada apartidista a la magnanimidad, una vez que, después del general alarde de buenas intenciones efectuado durante la campaña electoral, empieza a verse que cada partido comienza a anteponer sus intereses particulares a cualquier otra consideración.
Una segunda parte del discurso regio, solemnizado mediante la elección del marco palaciego y elaborado con exquisita pulcritud, ha versado sobre el imperio de la ley y la vigencia de la Constitución, cuando en Cataluña acaba de aprobarse una llamada a la insurgencia. Don Felipe ha recordado que "respetar nuestro orden constitucional es defender la convivencia democrática?; es defender los derechos y libertades de todos los ciudadanos y es también defender nuestra diversidad cultural y territorial".
Finalmente, un último mensaje integrador ha puesto rúbrica a la alocución, que resume seguramente una reflexión más intensa que la que se traduce en el discurso: hay que seguir escribiendo la historia de nuestro tiempo "contando con todos: hombres y mujeres, jóvenes y mayores nacidos aquí o venidos de fuera; empujando todos a la vez, sin que nadie se quede en el camino". Nuestra sociedad se ha vuelto más desigual, y es preciso corregir el desvío.
La clase política estará aplaudiendo a estas horas, con la debida corrección, la intervención regia (con alguna objeción de determinadas fuerzas para no mostrarse claudicantes) pero en el fondo los políticos piensan que esto es retórica y buenas palabras. Sin embargo, la sociedad civil de este país, que tiene grandes intuiciones y una sabiduría de siglos, habrá entendido a la perfección el mensaje, que en el fondo pide grandeza de espíritu en momentos en que sólo el consenso y el esfuerzo colectivo pueden obrar el prodigio de terminar de sacar el país de la crisis, modernizarlo, regenerarlo y elevarlo a un nuevo y prolongado periodo de prosperidad.