Don Cándido era un hombre esencialmente bueno. Nada quería para él, si sabía que eso, lo que fuera, le hacía más falta a otro.
Llegó el día de las elecciones en su pueblo y se le planteó un gran dilema que no le permitía conciliar el sueño desde hacía varias semanas.
El partido que gobernaba, defendía y atendía sus interese personales, todo, o casi todo, lo que hacía, le parecía bien y sentía que su vida era bastante mejor desde que ese partido regia los destinos de su pueblo.
Pero le llegaban noticias de que una parte del pueblo estaba desprotegida, que no le llegaban las ayudas que necesitaban, que vivían en una situación de pobreza, que la supervivencia era una meta no fácil de alcanzar en el día a día. Pensó que todo eso, tal vez, no fueran más que rumores, que no podía ser cierto que hubiera familias tan desprotegidas. A él, no es que le sobrara el dinero, pero para vivir dignamente le llegaba. - Tal vez sea gente que no se administra ? pensó - que quiere vivir por encima de sus posibilidades - trataba de justificarse.
Una mañana, se dio un paseo por esos barrios marginales y comprobó que aquello que le había llegado como rumor, no era tal, sino una verdad como puños, lo que le hizo replantearse su postura a la hora de votar.
Entre el amplio abanico de partidos, había uno, que denunciaba esta situación y que prometía a voz en grito que tenía la clave para solucionar ese terrible problema en el que estaba sumida una parte del pueblo.
Llegó el día de las elecciones y el bueno de D. Cándido, dio su voto a ese partido, a pesar de que no fueran santos de su devoción. Alguno más, en el pueblo, debió pensar de la misma manera, porque a la hora del escrutinio, el partido de marras obtuvo mayoría absoluta, por lo que podría llevar a cabo su programa de forma íntegra y sin que nadie le entorpeciera lo más mínimo. ¡Y vaya si lo llevó a cabo! Aquel partido cumplió a rajatabla lo que llevaba en su programa (no olvides, a migo lector, que esto es un cuento).
Pasaron varios años, los que vivían en los barrios marginales, empezaron a vivir con la dignidad que una persona merece. Los años se sucedieron y pasaron de vivir dignamente a vivir con cierto desahogo. Volvió aquel partido a ganar las elecciones, con una mayoría superior a la de la legislatura anterior. Aquellas familias pasaron de vivir con cierto desahogo a vivir casi en la opulencia, mientras tanto, D. Cándido, cada vez vivía peor. Perdió su trabajo en beneficio de uno de aquellos marginados, que por méritos político acabó siendo su jefe y al poco tiempo terminó despidiéndole.
D. Cándido pensaba que aquello era un momento difícil, que pasaría, que no hay mal que cien años dure. Aquella situación, tal vez no duraría cien años, pero a D. Cándido ya le daba igual, pues ni los viviría, ni, dadas sus circunstancias, los quería vivir.
Siendo ya anciano, aún mantenía la esperanza de que alguno de aquellos que se vieron beneficiados por su cambio de parecer a la hora de votar, se acordara de él.
Hasta el último día de su vida, que el destino quiso que fuera la víspera de unas elecciones generales, D. Cándido, mantuvo viva esa ilusión. Nunca nadie se acordó de él.
Aquella mañana, le encontraron muerto en un cajero, abrigado con una vieja manta, una papeleta, de su antiguo partido, en el bolsillo y una sonrisa en los labios.
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