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Debatir y gobernar
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Debatir y gobernar

Actualizado 17/12/2015
Agustín Domingo Moratalla

Esta campaña electoral pasará a la historia de la política española por el protagonismo que en ella están adquiriendo los debates televisivos. De la misma manera que la agenda electoral y política de la pasada semana estuvo caracterizada por el debate a cuatro que mantuvieron los partidos, la próxima estará caracterizada por el debate a dos que realizará el presidente del gobierno con el líder de la oposición.

[Img #505099]Algún nostálgico echará de menos la retórica griega y el papel que en ella desempeñaba la búsqueda del mejor argumento. Recordará la vinculación que había entre el buen manejo de la palabra que hacían los sofistas y la búsqueda de la verdad a la que nos invitaba Sócrates, como si todavía tuviera algún valor la antigua retórica en las telegénicas democracias. Recordará que no se trataba sólo de argumentar sino de persuadir y convencer para tener el honor de trabajar por la justicia en el espacio público de la polis.

Por mucho que se empeñen los expertos en campañas electorales y marketing político, los debates electorales tienen una dimensión discursiva, argumentativa y lógica en la que debe sostenerse la dimensión emocional, sentimental y epidérmica. Más allá de la gestión de los tiempos, la selección de los asesores, el diseño de los debates, el modelo de americana, el tono de la corbata, el ángulo de los primeros planos, la utilización de las manos, la pericia twittera o la oscu

ra complicidad con la empresa informativa, los debates electorales son escenificaciones teatrales donde cierta verdad acontece. No quiero decir con ello que un debate electoral es el lugar donde aparece la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. No sería cierto. Me refiero al hecho de que sin una mínima voluntad de verdad el debate pierde su relación con la democracia.

Siempre hay algún asesor político y experto en retórica emocional que aconseja dejar de lado a los clásicos griegos porque considera que Trasímaco y Calicles son superiores a Sócrates en la contienda electoral. Este desprecio a una mínima voluntad de verdad se alimenta en nuestros días por el valor que conceden los expertos a series de ficción televisiva donde un candidato desprecia, machaca o anula al adversario sin piedad. Recordemos el peso de una serie como House of Cards donde la voluntad de poder se construye de espaldas a la voluntad de verdad.
El hecho de que los debates sean televisivos no debería forzarnos a despreciar la voluntad de verdad. En debates televisivos, los entrevistadores, productores, editores y realizadores saben que sin voluntad de verdad y autenticidad el debate está perdido. Los cámaras y mezcladores no pueden hacer milagros. Tampoco los pueden hacer estilistas y maquilladores cuando se encuentran con candidatos que desprecian mirar de frente y dirigirse a la cara del adversario. Para debatir y gobernar no basta con saber ver, hace falta saber mirar. En televisión con más motivo porque la ética es una óptica.

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