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Yo no me fío
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Yo no me fío

Actualizado 16/12/2015
Francisco López Celador

Todas las encuestas con que nos bombardean vaticinan un alto porcentaje de indecisos que, en esta ocasión, se debe a que muchos electores están ?o estamos- a la expectativa de ver cómo va a finalizar tan larga campaña electoral, del morbo de tanto debate, de las "promesas basura" de última hora y , muy importante, de la falta de concreción de no pocos partidos cuando, a la pregunta de con qué otro/s partidos estarían dispuestos a establecer pactos para un posible gobierno de coalición, se guardan muy mucho de dar una respuesta concreta.

[Img #503141]Todo hace suponer que no habrá mayorías absolutas y que, para gobernar, deberán establecerse aquellos pactos que garanticen una mínima estabilidad. También es sabido que, en contra de lo que se manifiesta en campaña electoral, la posibilidad de tocar sillón, es capaz de conseguir extrañísimos compañeros de cama. Reciente está el ejemplo de no pocos ayuntamientos y comunidades donde no gobierna la lista más votada. Esta circunstancia, que tiene tanta validez democrática como otra cualquiera, adolece de un severo defecto de lógica. En primer lugar, porque se utiliza indebidamente el voto del elector que no está de acuerdo con el partido que gobierna. Segundo, porque se "entrega" el poder a una formación cuyo programa contempla doctrinas y conceptos diametralmente opuestos al propio. Sí, ya hemos admitido que los programas y las promesas están hechos para saltárselos, pero será muy fácil llegar a la conclusión de que, en esas circunstancias, es más que probable el choque, la disputa y hasta el fracaso de buen número de proposiciones. Tercero, porque la lógica vuelve a fallar cuando un mismo partido presta sus votos para que una determinada formación alcance el poder en un organismo y se los niega en otro. En una palabra, se está trasladando al votante la sensación de no saber a quién beneficiará la papeleta que deposita en la urna. Es una forma disfrazada de legalidad que encierra cierta degradación de la democracia.

Con nuestra actual Ley Electoral es inútil pretender que gobierne el partido más votado. Algunos partidos, demuestran tanta prisa por llegar al poder que nada les importa la opinión que puedan trasladar al electorado. Hasta los pactos firmados a priori se rompen fácilmente a posteriori; basta que se den las circunstancias oportunas. Para nuestros antepasados era suficiente el apretón de manos; hoy no tiene valor ni la firma de un documento.

Así pues, llega la hora de la verdad, y hay que votar. Eso sí, cualquier cosa antes que quedarse en casa. Todos tenemos nuestras preferencias y todas son legítimas. Quien pretenda castigar a otro apuntándose a la abstención, en más de una ocasión estará tirando piedras a su propio tejado. La ley D´Hont es tan puñetera que se sonríe con los votos en blanco y las abstenciones.

Hay circunstancias en las que es bueno olvidarse de la tradición y, ante situaciones especiales, tomar decisiones también especiales. Es cierto que España ha sabido y ha podido esquivar la grave crisis económica que nos tuvo al borde del rescate. Ha costado no pocos sacrificios y, con importantes problemas pendientes de solución, sería de cínicos no reconocer que estamos mejor que hace muy pocos años. La generación de nuestros hijos nunca nos perdonaría que por "sostenella y no enmendalla" tiráramos por la borda lo que hoy tenemos. Mirando a nuestro alrededor, no pocas naciones que antes nos miraban por encima del hombro, hoy reconocen nuestros méritos. Algunas han invertido en nuestra economía y están dispuestas a seguir haciéndolo. Que ese flujo de capital no cese, depende del ambiente que se respire en España. De momento, la falta de uniformidad para encarar las distintas formas de terrorismo, la indefinición a la hora de atajar las ansias secesionistas de políticos que esperan la debilidad de un gobierno para atentar contra nuestro principio de unidad, y las continuas amenazas de derogar normas que han dado buenos resultados, frenan en seco a empresas que, para sus inversiones, buscan la normalidad y no el sobresalto.

Ante una situación como la nuestra, cualquier democracia sensata sería capaz de establecer pactos entre los partidos constitucionalistas, para superar el bache. Enderezado el rumbo, después sería el momento de unas nuevas elecciones. Pero, a la vista de lo que aquí se cuece, y de la falta de estatura política de algunos aspirantes a gobernar, ¿quieren que les diga una cosa? No soy partidario de experimentos y, como no me fio, intentaré asegurarme de que mi voto vaya a donde yo quiero.

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