Intermitencias del amor

Se acerca Navidad y, como todos los años, nos encargamos de que las luces de colores se encienda y apaguen con regularidad. Son las intermitencias del amor, que nos recuerdan la llegada de un tiempo nuevo; un tiempo de renovación de propósitos y actitudes.

Comienza la recogida de alimentos, también de juguetes, muchos de ellos estropeados, y nuestro corazón abandona, aunque sea de forma temporal, la agresividad y dureza que muestra habitualmente. Se convierte así, en un elemento maleable, que intenta empatizar con los desfavorecidos. Pero se trata de una conducta ensayada; forma parte de un ceremonial que se repite cada año, sin resultados muy alentadores. Los corazones están muy alejados unos de otros. Pues, la empatía que mostramos, tiene fecha de caducidad. Tan pronto como se apaguen las lunes del árbol, se olvidarán los buenos propósitos.

Nada me satisfacen estas fechas, tan entrañables para muchas personas. Demasiada carga emocional soportan las ramas del árbol. Junto a las bolas y regalos con que lo adornamos, cuelgan las ausencias; elementos emocionales carentes de volumen, pero con un peso formidable sobre nuestros corazones. A veces los comprimen demasiado y la angustia nos ahoga. Cuando esos momentos llegan, escapamos de la cercanía de los nuestros, para liberar la carga. Bastan unas lágrimas, sin concurrencia de miradas, para recuperar la normalidad.

Lo cierto es que, las intermitencias del amor, nos llevan y nos traen de un lugar a otro, a través de buenos deseos y de propósitos que nunca se cumplen. Pues, tales intermitencias, funcionan a modo de semáforos, pero no marcan direcciones concretas. Nos quedamos parados mirando las luces, sin tomar ninguna dirección. Miedos y egoísmos nos lo impiden.

Cuando esas luces se apaguen y volvamos al trabajo; a la rutina de las cosas más cercanas, nuestro corazón, volverá a latir con esa contundencia que nos hace más fríos; más rígidos en las formas y menos tolerantes con los demás. Los buenos propósitos se olvidan, porque no existió el compromiso de cumplirlos.

Este tiempo, forma parte de la cultura de Occidente. La semilla del amor no ha germinado, porque nunca fue sembrada. Los compromisos afectivos, la empatía manifestada en momentos de eclosión emocional, quedan en el olvido, como parte de un ceremonial ostentoso y carente de autenticidad. Los millones de destellos en la oscuridad de la noche urbana, solo han servido para dar forma a un período de consumo cada vez más dilatado.

Vivimos tiempos muy difíciles. Las luces de navidad se apagarán y volveremos a la oscuridad el resto del año. Incluso recordaremos otras luces; las de las guerras que se libran en otros escenarios del mundo, donde es más necesaria la empatía y el amor. Allí también discurre la navidad, pero los regalos son de otra naturaleza.

Nos falta coraje para seguir por caminos contrarios a la desigualdad que conduce a todas las guerras. Solo mentes privilegiadas; suficientemente amuebladas y generosas, serían capaces de encontrar en el revoltijo de tendencias e intereses en que se ha convertido la humanidad, soluciones racionales, sustentadas en el diálogo. Pero en este cajón de sastre en que se ha convertido el mundo, es imposible ordenar los elementos. Sobre todo, cuando hay tantas voces e intereses atizando la confrontación. Sobran los alentadores de conflictos que, desde la seguridad de una tribuna, olvidan las trincheras de la guerra, mostrando soluciones fáciles; atajos de destrucción que ellos nunca seguirían.

Es tiempo de Navidad y hemos sido engendrados por amor. El amor, por tanto, ha de ser nuestro destino. Que todos los días del año se conviertan en Navidad y que las intermitencias del amor se transformen en luz permanente, capaz de alumbrar caminos y expectativas, para terminar con tantas diferencias como azotan al mundo.

"FELIZ NAVIDAD"