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Por último, luna llena y cuarto menguante
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Por último, luna llena y cuarto menguante

Actualizado 11/12/2015
Eutimio Cuesta

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Campo, que huele a tortilla y tocino anejo; a heno seco, a mies dorada y rastrojo; campo, que añora la blandura suave y ligera de la abarca; campo, que sintió impasible la rasgadura de la reja y la presión del estevón: cultivador y sembrador de esperanzas; campo de nostalgias; de tertulias en la linde; de corroblas a la sombra de la encina o del fresno estirado y pomposo; campo, buen campo, fantasía de ilusiones; siempre soñador y vigilante; agobiado de angustias y sudores; como buen padre, cuidador de subsistencias de proles que reclaman pan.

Campo donde los muchachos jugábamos a buscar nidos de alondra, a acariciar grillos de linde, (grandes cantadores, que extraíamos de su hura con una brizna de paja) y nos entretenía haciendo gatariñas en los majuelos y melonares, buscando las vueltas al guarda, para calmar hambres.

Campo donde aprendimos a ejercer de niños yunteros: en la escarda, en la siega, atando haces y recogiendo espigas o espigando para alimentar las gallinas del corral, que satisficieron tantas hambres. Trabajos duros, de infancias tiernas, de sol a sol: sudores sin jornal.

Aquellos tiempos fueron tan duros, que hoy los padres espetan: "¡Que mis hijos no pasen lo que yo pasé!". Flaco favor.

Y el fraile pasaba por las escuelas buscando vocaciones. Era la manera de poder estudiar y de librar una boca de la mesa. Había sólo un instituto por provincia; no había becas; ni posibles; ni oportunidades. Los seminarios y los conventos se convirtieron en la única oportunidad; por esto, mi pueblo se transformó en el pueblo más levítico de España. Vocaciones, que muy pocas cuajaron, y muchas se frustraron, pero que sirvieron de trampolín para que muchos jóvenes lograran su licenciatura en alguna especialidad, y aseguraran su futuro. Cuántos bocados se quitaron los padres de la boca, por que el hijo finalizase sus estudios, mientras los otros hermanos seguían tras la yunta o pendientes de un jornal (cuando llegaba), y de pobreza extrema, pues, entonces, no existían subsidios de desempleo ni otro tipo de ayuda; sí mucha mendicidad.

Y así se soportaron muchos años, hasta que vino la emigración de los años sesenta, por la que España empezó a respirar y en los hogares comenzó a entrar la comodidad, el progreso y el bienestar. Y aquellos, que deseaban estudiar y no tenían posibles, lo hacían, como libres, en su casa, sin profesor, y acudían a la capital a las convocatorias, que se programaban en los meses de junio y septiembre. Mucho sacrificio, excesiva austeridad y tenacidad.

Hoy, es otra cosa: todo el "mundo" tiene acceso a todo tipo de enseñanza. Se dispone de centros, de recursos didácticos modernos y tecnológicos; más ayudas, más medios, más facilidades; hoy, se dice que "no estudia quien no quiere".

Cuarto menguante - Me he jubilado de un trabajo que ha tenido que ver con la educación. He trabajado con niños, con jóvenes y con adultos. Tanto igual con adultos que con pequeños.

He intentado ser testimonio, porque yo aprendí en la escuela de las vivencias y de las observaciones, y así he procurado que mis aulas fueran escuelas de fomento de valores, de buenas costumbres y de compromisos compartidos. He procurado inculcar la importancia del deber, de la responsabilidad, del respeto, de la tolerancia, de la autoestima...; y para ello, me así a las grandes posibilidades que tienen el teatro y la práctica deportiva, que entrañan grandes valores que tienen que ver con el desarrollo personal, humano y social.

Tanto los valores, como los intereses y disposiciones, son elementos inmanentes en la persona, que la educación se encargará de despertar, y la instrucción, la experiencia, la imitación y la introyección, de fortalecer, prácticas, en las que deben estar seriamente implicados los padres, amigos, profesores y sociedad.

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