Este verano pasé las vacaciones en una casa costera situada cerca de un cruce que tiene tres opciones: una continuar la dirección de la carretera hasta el siguiente pueblo, otra, torcer a la izquierda en dirección a la playa y una tercera desviarse a la derecha a una carretera que vuelve a la parte alta del pueblo. Pues bien hice un cálculo de los automovilistas que no sabían qué dirección tomar al llegar al cruce (es decir que no querían optar por ninguna de las tres posibles) y llegué a la conclusión de que aproximadamente el 30% de ellos se quedaba orillado, inmóvil, en el cruce, "meditando" qué hacer.
Ahora, cuando los periódicos hablan de un 40% de indecisos unos días antes de las elecciones generales, recuerdo la anécdota de este verano y me vuelvo a sorprender. ¿Cómo es posible que después de un año que ha girado en torno a las elecciones un ciudadano español aún no sepa qué quiere o le conviene como opción política? Pues si nos dejamos de verborreas confusas, lo único claro es que el votante tiene dos, o lo más cuatro, posibilidades para elegir: la derecha extrema, la derecha moderada, la izquierda moderada y la izquierda ("radical" la llamaban antes, aunque a ellos no les gusta la palabra izquierda). No hay más. Los pequeños grupos existentes, además de los cuatro grandes, están aún más definidos.
Si, a estas alturas, un adulto en edad de votar duda a quién da su voto, aunque la conclusión sea muy triste no se puede ignorar: o bien es un ciudadano sin la mínima información cívica en este tema y seguramente en cualquier otro (analfabetismo político o cívico, podríamos llamarle) o bien es una persona aquejada de una neurosis obsesivo-compulsiva (o TOC, como los modernos le llaman).
En el recuerdo de este verano los incapacitados para seguir viaje se quedaban paralizados en la cuneta o daban vueltas entorpeciendo el tráfico; ahora, en las elecciones democráticas, los indecisos se quedan en la cuneta de la Historia de España. Pues todos estamos de acuerdo en la trascendencia histórica de estas elecciones.
Una segunda reflexión más práctica sobre este alto porcentaje de indecisos: toda la energía y gasto económico que implican estos veinte aburridos días de campaña electoral se podrían evitar si pensamos que la mayoría de la población ya hace tiempo que tiene su opción tomada (por eso existen las encuestas) y la minoría que aún no la ha tomado, no la tomará por escuchar una frase aislada en un meeting o telediario, o por ver bailar o cocinar a una de las figuras que ocupan las pantallas, figuras que cada vez se parecen más a hombres-espectáculo y menos a políticos "serios".
¿Por qué no se empieza ya a "tomar en serio" no España que es una idea demasiado general para saber a qué nos referimos cuando la nombramos, sino todo lo que compone el concepto de patria, nuestra economía, el mundo del trabajo, de la salud, de la cultura, del campo, del mar, de la educación, del medio ambiente?
A lo mejor, concretando más los eslóganes políticos y los programas, habría menos indecisos, menos trastornos obsesivo-compulsivos.
Como dice mi vecino "por la boca muere el pez".
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