Nos llegan días abrumadores. Los gobernantes, para volver a serlo, nos lanzarán promesas que luego incumplirán, nos darán datos de recuperaciones que no son ciertas, nos presentarán un mundo que no es el que vivimos.... Y todo por mantenerse en un poder que, lejos de estar al servicio del bien común, se pone a disposición de intereses que no son los generales.
Vienen días de ruidos y furias, de ataques, de réplicas, de descalificaciones... ¿No será posible que, algún día, en las campañas electorales, cada candidato, realice sus propuestas de modo civilizado, sin atacar ni agredir verbalmente a rival alguno, para que el efecto civilizador cunda en la ciudadanía?
¿No será posible que algún día no nos engañen con promesas, que, una vez alcanzado el poder, da igual no cumplir, porque no se paga ningún precio por parte de quien realiza tales prácticas? ¿No llegará el momento en que incluso se prohíban las falsas promesas, o se castiguen?
Los españoles, pese a lo que digamos, aún tenemos muy poca cultura democrática. En ocasiones, parece que vivimos más en una "dictablanda" que en un régimen democrático de verdad. Qué lejos estamos de esa tradición democrática de franceses o incluso ingleses. Aquí todavía, por desgracia, se tira mucho al monte. Carecemos de una profunda cultura de pactos y de acuerdos, de saber ceder, de saber llegar a compromisos por parte de las diversas fuerzas políticas y sociales al servicio del bien común.
Por todo ello, en estos días que se nos avecinan de ruidos y de furias, de sondeos interesados, de insultos y descalificaciones, de falsas promesas que se lanzan al aire, para ver quién pica, como las pompas de jabón, ilusionantes solo durante breves instantes, hasta que terminan estallando y convirtiéndose en nada.
Nos gustaría que las campañas electorales fueran más civilizadas, que se prohibieran en ellas voces, ataques y descalificaciones, así como los engaños de las promesas (en las que todavía pican tantos ciudadanos), que, en fin, hubiera lugar para la reflexión y para esa dignidad que suele habitar, tantas veces, el corazón del silencio.
Y luego, sí, que cada uno, en el momento de depositar la papeleta en la urna, lo hiciera no engañado, sino impulsado por lo que le dicta su conciencia y su modo de entender la sociedad y el mundo, y no por engañifa de ningún tipo.
Los españoles, por desgracia, tenemos muy poca cultura democrática aún. Hemos de realizar todavía una larga andadura, para que se asienten entre nosotros la libertad, la tolerancia, así el respecto a las propuestas ajenas y al modo de entender el mundo y la sociedad distinto del que nosotros tenemos.
Pero ello requiere una prolongada educación para la ciudadanía, tanto entre los niños, jóvenes y adultos. Una educación cívica que sigue siendo muy necesaria en este país, tan poco dado al respeto. Pero me temo que el camino que transitaremos estos días de ruidos y furias muy diversos no es el camino más adecuado para tal andadura.
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